lunes, 29 de junio de 2015

Mensaje por el día de San Pedro



Fiesta de San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2015
Queridos hermanos y hermanas,
Fieles, religiosas, religiosos, clero de la Diócesis de San Pedro Apóstol,
Saludos fraternos en Jesucristo.
A comienzos del mes de junio, hemos celebrado en Guayaibi una asamblea con dos días de reflexión-retiro. Hemos leído la Primera Carta de San Pedro y profundizado su mensaje. San Pedro nos llama a todas y todos a vivir plenamente según nuestra identidad profunda: “Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz” (1Pe 2,9). Por el amor de Dios en Jesucristo, fuimos revestidos de una dignidad y una belleza que nadie nos puede robar. Y debemos vivir según esta dignidad, cuidarla, hacerla brillar.
Otra frase de la Carta que nos quedó mucho durante el retiro es: “Pongan al servicio de los demás los dones que han recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1Pe 4,10). Jesús libera en nosotros los dones para que los pongamos al servicio de los demás. En Jesús hemos recibido una riqueza abundante de inteligencia, talentos, capacidades, que no son para tapar y guardar, sino para arriesgar en el compartir. Dios nos hace administradores, “capataces” de su gracia infinita y “multiforme”, es decir diversa. Somos diferentes, tenemos talentos y roles diferentes en la comunidad.
Este mensaje es para nosotros en nuestras comunidades, particularmente ahora que estamos comprometidos en un proceso de renovación de nuestras celebraciones dominicales. Nos estamos dando cuenta: nuestras celebraciones necesitan más que un maquillaje superficial, necesitan una profunda renovación de la vida comunitaria, una renovación en la que todos y todas descubran sus talentos, se alegren por ellos, y los pongan al servicio.
También quiero mencionar tres “dones” que hemos recibido y nos urge cuidar, multiplicar, fortalecer:
1. El pasado 18 de junio, el Papa Francisco publicó una carta encíclica sobre el medioambiente. Se llama “Laudato Sí” o “Alabado Sea”. La tierra, el clima, la selva, el aire, el agua, las semillas, las plantas, los animales, los seres humanos, toda la naturaleza es un don de su bondad. Todas las criaturas son un canto de alabanza a Él y por esto las debemos cuidar. La naturaleza es nuestra “casa común” que recibimos en herencia y pasaremos a las generaciones futuras. Debemos cuidar de su dignidad y belleza. Es un don que recibimos para “administrar” responsablemente. El ser humano es parte esencial de esta naturaleza, necesita de ella para crecer y desarrollarse. El jardín que nos confió el Padre Celestial es para cultivar y cuidar, no para destruir.
La encíclica del Papa habla de nuestra realidad. Habla del peligro de los monocultivos intensivos y extensivos basados en una cultura de la explotación: la tierra se usa como un instrumento para producir en grande sin atención a las consecuencias sobre el suelo, el agua, y sobre todo sobre la comunidad humana. Rompemos el equilibrio cuando los pobres son considerados como “desechos, sobrantes” de una economía que transforma todo, la naturaleza, el trabajo, la vida, en mercaderías (Evangelii Gaudium, 53).
En San Pedro, registramos ya casos de enfermedades debidos a los pesticidas. Observamos la desaparición lenta de varias comunidades. Sentimos la desvalorización de los rubros tradicionales de la agricultura familiar. Lamentamos las migraciones hacia los cascos urbanos para una vida de miseria.
Tendremos que estudiar más a fondo este rico documento de la encíclica papal y tendremos que traducirlo juntos en acciones. Tendremos que unirnos a otras organizaciones, en un espíritu de diálogo, aportando el aliento que viene de la fe. Tendremos también que aprender a elaborar pequeños proyectos, desde las comunidades y las parroquias, para que realmente haya en San Pedro una agricultura familiar próspera y sostenible.
2. Hemos heredado también el bien de la democracia. No es nada perfecta pero es el fruto de la lucha de muchas personas a lo largo de la historia. También debemos administrarla responsablemente y vivirla revestidos de nuestra dignidad de hijas e hijos de Dios. Estamos en un intenso tiempo electoral que culminará con las elecciones municipales el próximo 15 de noviembre. Los candidatos ya están en lista. Nos toca vivir el voto como un compromiso ciudadano, los ojos fijos en la meta de una vida digna, plena, feliz, para todos, sobre todo para los más vulnerables. No nos dejemos engañar por las promesas, ni siquiera por las supuestas “realizaciones”. Las autoridades estatales no son “manda más” que hacen las cosas según sus antojos y las entregan como favores, son servidores del bien común. No vendamos nuestro voto. No votemos sin preguntarnos en lo profundo de nuestra conciencia: ¿Quién es el mejor candidato, la persona que realmente tendrá un compromiso coherente con la realidad, en busca del bien común?
Dice el Papa Francisco: “Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo. La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (EG 205).
No debemos olvidar que la democracia no es solamente, ni siquiera sobre todo, el ejercicio del voto. Votar es importante. Pero la democracia va mucho más allá. Fomenta la participación, la solidaridad, y el respeto a la diversidad de culturas e ideologías. Por esto, la vida asociativa es la base de una democracia sana. Es muy importante participar en las iniciativas barriales, en la vida de la comunidad, en las instituciones como la escuela y el colegio, en los comités de agricultores, en los gremios de todo tipo, y para nosotros los creyentes, en la Iglesia. La familia vivida como comunidad de colaboración, respeto, y educación a la vida es también una escuela de democracia. Por falta de estos compromisos fundamentales “de base”, tenemos expectativas irrealistas en el momento de las elecciones y luego dejamos de participar en las instancias que nos corresponden. El municipio, la gobernación y el gobierno central no pueden ni deben absorber a la sociedad civil, ni a las instituciones intermedias. Dice otra vez el Papa Francisco: “Recordemos que el ser ciudadano fiel es una virtud y la partición en la vida política es una obligación moral” (EG 220).
3. El gran bien que hemos recibido es el don de la fe. Estaremos celebrando esta fe con mucha alegría y entusiasmo durante la visita del Papa Francisco. Miles de servidores y servidoras participarán desde nuestra diócesis. Varias peregrinaciones se están organizando desde las parroquias. Asociaciones buscan cómo hacer llegar un mensaje, una preocupación, un regalo. Se siente un clima de gozo y expectativa. El Papa Francisco es una gran figura que inspira y alienta. Nos preparamos a recibirlo y a escuchar sus palabras. Sin embargo, tengamos un poco de cuidado con nuestra admiración y nuestra fascinación. El Papa no es el objeto de nuestra adoración. Él mismo quiere que nuestro entusiasmo sea dirigido hacia Jesucristo. Viene a visitarnos para que conozcamos y celebremos a Jesucristo que siempre está con nosotros. Viene a visitarnos para que revistamos plenamente nuestra condición de bautizados y bautizadas. Viene a visitarnos para alentarnos en la práctica adulta y responsable de nuestra fe. Él no es el “papá guasu”; su título más tradicional es “servidor de los servidores”. Su meta es que seamos libres, alegres y activos en nuestra vocación de hijos e hijas de Dios, “raza elegida, nación santa, sacerdocio real”, así como nos anuncia San Pedro en su Carta.
La visita del Papa nos motiva a sentir y vivir más nuestra identidad, también a ser misioneros. La Iglesia de San Pedro tiene una rica trayectoria de testimonio de muchos laicos y laicas consagrados/as al servicio del Reino de Dios. Nos toca ahora asumir más profundamente el compromiso de una Iglesia que sale al encuentro de la cultura actual, de las personas alejadas, de los más pobres y marginados. No existimos como Iglesia para preocuparnos de nosotros mismos, ni para asegurar nuestros “servicios internos”, sino para testimoniar y transmitir la paz y la alegría del Evangelio (cf. EG 27).
Damos gracias a Dios por Jesús resucitado que nos llena de su vida. Damos gracias a Dios por la visita de Francisco su ministro y testigo “de alegría y paz”. Damos gracias a Dios por los muchos dones, talentos, regalos de gracia que nos da. Damos gracias a Dios por San Pedro, nuestro santo patrono, quien con su prédica y su ejemplo nos invita a ser “buenos administradores” de esta “multiforme gracia de Dios”.
Fraternalmente,
Pedro Jubinville, obispo



sábado, 13 de junio de 2015

"Sin que sepa cómo..."

La semilla trabaja, germina, crece, de día y de noche, sin que el sembrador sepa. Al él le toca sembrar y luego dejar que la semilla haga su obra y de su fruto "por sí sola".  Hace su parte pero no controla, ni entiende enteramente el proceso.  Así también el que da su amor.  Le toca dar, le toca hacer que su contribución llegue lo más posible y lo mejor posible a quiénes la quiere dar.  Luego, le toca ser paciente y contemplativo.  Los padres hacen lo mejor que su corazón les inspira.  Los educadores siembran el gusto de aprender.  Los testigos comparten su pasión por Dios y por la humanidad.  ¿Qué produce esto?  ¿Cómo?  No sabemos del todo.  Mucho más de lo que podemos imaginar.  Es el Reino de Dios.