Son unos sabios de
otras culturas y religiones: científicos, filósofos, gente que
observa y reflexiona, gente que quiere ahondar el qué y el por qué,
que echa una mirada profunda sobre el mundo. Vieron una señal y
siguieron, para entender y descubrir el misterio. Igual, tuvieron
que pasar por un largo viaje, por Jerusalén y los especialistas de
la Ley y las intrigas del rey. No se detuvieron en su búsqueda.
Llegados a destinación, por su misma actitud contemplativa, supieron
que la escena humilde ante sus ojos representaba algo grande para
“todas las naciones”. Quedaron allí en adoración, ofreciendo
no sólo sus regalos sino su presencia, su trayectoria, su propia
condición de ciudadanos del mundo, a la vez extraordinariamente
capaces y totalmente sobrepasados por el camino pobre elegido por
Dios. La contemplación dirige nuestra mirada hacia lo más profundo
e importante de todas las realidades que vivimos. Nos alegra y nos
pacifica. Nos guía para decidir. Hace que nuestra simple presencia
pueda ser transformadora.
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