Mirar a una serpiente. Mirar al crucificado. Mirar las heridas. Mirar nuestras propias fragilidades. Mirar nuestras fallas y nuestro pecado. Mirar a la gente excluida y mirar nuestra propia participación en esta exclusión. Mirar la naturaleza devastada y mirar nuestras reacciones egoístas. Mirar al prójimo, tan otro, tan misterioso, con sus tesoros y limitaciones. Mirarnos a nosotros mismos como "otros", "otras".
Aprovechar esos momentos, cuando la vergüenza y otras resistencias nos incitan a la huida, para hacer una pausa y mirar. Mirar y escuchar. Al comienzo no da gusto. Da miedo, rabia, cansancio, el cuerpo protesta. Pero, poco a poco se discierne: el rostro de las personas. Ahí Dios espera.
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