Me
toca habitualmente comentar los textos de la liturgia pero, también
me toca, algunas veces, compartir con ustedes nuestra vida diocesana,
qué pasa en nuestra Iglesia de San Pedro Apóstol. Hoy quisiera
entrar más por este lado. Comparto con ustedes pensamientos en
construcción, no terminados, búsquedas. Para que sigamos buscando
todos juntos.
El
año pasado, desde la Pastoral Social diocesana, a partir de una
iniciativa del P. Cristhian Páiva, lanzamos una reflexión: ¿cuál
es el San Pedro que queremos? En los dos sentidos de la palabra: pe
San Pedro jahayhúva, ha San Pedro jaipotáva. Veíamos que era
tiempo de ayudar a nuestra feligresía a tocar muchos temas de
interés social antes que lleguen las elecciones del 2018, para
orientarse en medio de la confusión que muchas veces suscitan las
campañas.
Tuvimos
una sesión diocesana, un mini-congreso, el 26 de noviembre 2016, muy
interesante, en Liberación. Luego un pequeño equipo tradujo las
conclusiones en un cuadernito de animación que sirvió durante la
última Cuaresma. Luego, los pa’i del decanato Aguaray prepararon
temas de novena, así como acabamos de celebrar. Cada día un tema,
con una reflexión:
-
Las CEBs
-
La tierra
-
La Agricultura Familiar
-
La justicia
-
La educación
-
El compromiso de los jóvenes
-
El libro de la naturaleza y la salud
-
Administrar la Casa Común
-
Política y bien común
Un
poco antes de nuestra novena, celebramos la asamblea diocesana en
Itacurubi del Rosario. Ahí, hemos hablado de evaluar y reformular
nuestro Plan de Pastoral. Para ello, estamos volviendo a leer los
planes que nos han marcado como diócesis: La Iglesia que Queremos
Edificar (elaborado con Mons. Oscar Páez), el Sínodo Diocesano que
culminó en 2002 (con Mons. Fernando Lugo), y el nuevo plan “Echando
las Redes” elaborado para el período 2012-2017 (con Mons.
Adalberto Martínez). Esta vez, habrá también una gran consulta en
toda la diócesis pero será alrededor de temas centrales. Nos dimos
cuenta que necesitamos clarificar nuestro objetivo pastoral, hacer
que sea una fuerza para movilizar las energías de toda la feligresía
sampedrana. Necesitamos centrarnos, poner una prioridad.
Ya
hay una sensibilidad común, un cierto consenso que aparece, y lo
hemos visto pasar en la novena. No es casualidad que el primer tema
fue, con el P. Celso, la Comunidad Eclesial de Base. Como diócesis
somos orgullosos de nuestras 965 comunidades de base en todo el
territorio, casi 100 sólo en San Pedro. Clamamos que nuestras
parroquias son “comunidades de comunidades”. Pero debemos
reconocer que el tejido comunitario nuestro se está deteriorando
mucho. Muchas comunidades han dejado de tener vida: no se reúnen
más, no celebran el domingo, no tienen objetivo común, consumen un
poco de sacramentos sin tener un compromiso eclesial muy fuerte…
La cuestión de la fe para muchos se ha vuelto superficial, no viene
más de una práctica comunitaria profunda.
A
nivel social, nunca fuimos más conectados, pero el individualismo
consumista nos está aislando. No hay más necesidad de compartir
las necesidades ajenas. Cada familia o cada individuo se las ve como
puede, sin pedir nada a nadie, o pidiendo pero de manera casi
anónima. De hecho, si vamos a debatir sobre esto, no queremos que
nadie tenga la obligación “por necesidad” de formar comunidad.
Queremos que todos los individuos tengan lo necesario para vivir
según la dignidad de su persona. Pero debemos reconocer que nos
entra una cultura donde hay menos compartir y menos diálogo sobre
los grandes valores. Nos cuesta transmitirlos a las nuevas
generaciones. Nuestras CEBs ya no tienen el mismo soporte social que
tenían antes: el ñopytyvö, el jopói, la minga, el oñondivepa de
los proyectos que han construido gran parte de nuestro paisaje
económico y social actual. De alguna manera nuestras fiestas
patronales son una expresión un poco nostálgica de lo que fue, o lo
que debería ser la comunidad todos los días: un sentido de la
celebración, la solidaridad, la comunión…
Aquí,
de paso, nos damos cuenta que la cultura individualista y consumista
afecta nuestra agricultura. La pequeña finca familiar está en
peligro. El tema de la Agricultura Familiar Campesina (AFC) que
también tocamos durante la novena, con los temas de la tierra, de la
Casa Común como medio-ambiente a cuidar y administrar, hace parte de
nuestro teko. Nuestro campo se muere. Y debemos reaccionar. No
puede ser que lo abandonemos a las fuerzas del mercado y de un así
llamado “desarollo” que no se preocupa por los delicados
equilibrios ecológicos, ni por la gente y su cultura. Hay mucha
especulación: el precio de la tierra sube y la tentación de vender
es muy grande. Vender, ¿para qué futuro? Creemos que la tierra,
la agricultura familiar campesina, el cuidado de los recursos
naturales que no se pueden sencillamente chupar para crear provechos
económicos, y también la vida comunitaria, creemos que todo esto es
el futuro (y no sólo el pasado) de San Pedro.
La
comunidad es un elemento fundamental de la vida cristiana. En el
contacto humano directo, la solidaridad, el perdón y la
reconciliación, el juego, el arte, el debate político, etc. no
solamente crecemos como humanos sino que vivimos el sacramento de la
vida en Dios. En este proceso de hacer comunidad y crecer juntos,
aprendemos la vida de Jesús Servidor, no en teoría, sino en la
práctica, a veces con dolor y dificultad. La comunidad no es una
vida ideal. Es un camino concreto para ser más humanos y más
hijos/as de Dios. Debemos revitalizar nuestras comunidades, unidades
de base de nuestra Iglesia. La comunidad es el sacramento sin el
cual los demás sacramentos no tienen sentido. Esto no lo invento
yo, viene de la tradición de 2000 años de cristianismo. No olvidemos también la "salida" que el Papa Francisco nos invita a vivir: no queremos comunidades replegadas sobre sí mismas, queremos comunidades interesadas y comprometidas en la suerte de su sociedad, su mundo.
Hacer
comunidad es fundamental para nuestra fe y también es muy importante
para nuestra sociedad. ¿Cómo vamos a tener proyectos de economía
solidaria si no hay comunidades para ejecutarlos? ¿Cómo vamos a
transmitir a las nuevas generaciones el cuidar de la casa común si
no hay ambiente donde la gente se conoce, se sostiene, se ama? ¿Cómo
vamos a tener una verdadera participación ciudadana si no hay
espacios de vida donde todos, pero especialmente los jóvenes,
aprenden la convivencia dando su contribución? ¿Cómo vamos a ser
pueblo y país si no tenemos experiencia de sostener y ser
sostenidos/as en una comunidad concreta?
La
noche del octavo día, con el Pa’i Aquilino, sobre la
“administración de la casa común”, me vino como un flash. Vi
que la lucha por la AFC, la lucha por preservar las tierras, la lucha
por un ambiente sano, todo esto abundantemente fundamentado en la
Doctrina Social de la Iglesia y las enseñanzas de los últimos Papas
(ahí nos iluminó el P. Cristhian Páiva), vi todo esto de una
manera unificada. Me vino la idea de un lema para concretar nuestro
plan de pastoral:
Arraigados en Cristo, cultivar
comunidades.
Ñañekarama Cristo rehe ha
ñamoheñói comunidad.
Es
solamente una idea. Pero ven un poco adónde creo que vamos.
Necesitamos retornar a los orígenes de nuestra diócesis, fundada
desde las experiencias de CEBs, con la ilusión de tener mil focos de
vida cristiana con sus servidores, mil comunidades empeñadas en
testimoniar su fe y transformar como un fermento la sociedad, el
mundo. Esto no es el pasado. Es nuestro futuro. Esto lo quiero
decir especialmente a los jóvenes en este primer año del Trienio.
Sabemos que son una generación “especial” pero no queremos ni
debemos dejarles formar grupos a parte. Ustedes necesitan de esta
comunidad que arraiga y da identidad, y la comunidad necesita también
de ustedes, su energía, su creatividad, sus búsquedas, su vida.
Dios
nos bendiga. María, madre de la la primera comunidad, interceda por
nosotros. San Pedro, hombre de fe, líder de la primera Iglesia,
ruega por nosotros.
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