viernes, 30 de junio de 2017

Homilia de la fiesta de San Pedro Apóstol

Me toca habitualmente comentar los textos de la liturgia pero, también me toca, algunas veces, compartir con ustedes nuestra vida diocesana, qué pasa en nuestra Iglesia de San Pedro Apóstol. Hoy quisiera entrar más por este lado. Comparto con ustedes pensamientos en construcción, no terminados, búsquedas. Para que sigamos buscando todos juntos.

El año pasado, desde la Pastoral Social diocesana, a partir de una iniciativa del P. Cristhian Páiva, lanzamos una reflexión: ¿cuál es el San Pedro que queremos? En los dos sentidos de la palabra: pe San Pedro jahayhúva, ha San Pedro jaipotáva. Veíamos que era tiempo de ayudar a nuestra feligresía a tocar muchos temas de interés social antes que lleguen las elecciones del 2018, para orientarse en medio de la confusión que muchas veces suscitan las campañas.

Tuvimos una sesión diocesana, un mini-congreso, el 26 de noviembre 2016, muy interesante, en Liberación. Luego un pequeño equipo tradujo las conclusiones en un cuadernito de animación que sirvió durante la última Cuaresma. Luego, los pa’i del decanato Aguaray prepararon temas de novena, así como acabamos de celebrar. Cada día un tema, con una reflexión:
  1. Las CEBs
  2. La tierra
  3. La Agricultura Familiar
  4. La justicia
  5. La educación
  6. El compromiso de los jóvenes
  7. El libro de la naturaleza y la salud
  8. Administrar la Casa Común
  9. Política y bien común
Un poco antes de nuestra novena, celebramos la asamblea diocesana en Itacurubi del Rosario. Ahí, hemos hablado de evaluar y reformular nuestro Plan de Pastoral. Para ello, estamos volviendo a leer los planes que nos han marcado como diócesis: La Iglesia que Queremos Edificar (elaborado con Mons. Oscar Páez), el Sínodo Diocesano que culminó en 2002 (con Mons. Fernando Lugo), y el nuevo plan “Echando las Redes” elaborado para el período 2012-2017 (con Mons. Adalberto Martínez). Esta vez, habrá también una gran consulta en toda la diócesis pero será alrededor de temas centrales. Nos dimos cuenta que necesitamos clarificar nuestro objetivo pastoral, hacer que sea una fuerza para movilizar las energías de toda la feligresía sampedrana. Necesitamos centrarnos, poner una prioridad.

Ya hay una sensibilidad común, un cierto consenso que aparece, y lo hemos visto pasar en la novena. No es casualidad que el primer tema fue, con el P. Celso, la Comunidad Eclesial de Base. Como diócesis somos orgullosos de nuestras 965 comunidades de base en todo el territorio, casi 100 sólo en San Pedro. Clamamos que nuestras parroquias son “comunidades de comunidades”. Pero debemos reconocer que el tejido comunitario nuestro se está deteriorando mucho. Muchas comunidades han dejado de tener vida: no se reúnen más, no celebran el domingo, no tienen objetivo común, consumen un poco de sacramentos sin tener un compromiso eclesial muy fuerte… La cuestión de la fe para muchos se ha vuelto superficial, no viene más de una práctica comunitaria profunda.

A nivel social, nunca fuimos más conectados, pero el individualismo consumista nos está aislando. No hay más necesidad de compartir las necesidades ajenas. Cada familia o cada individuo se las ve como puede, sin pedir nada a nadie, o pidiendo pero de manera casi anónima. De hecho, si vamos a debatir sobre esto, no queremos que nadie tenga la obligación “por necesidad” de formar comunidad. Queremos que todos los individuos tengan lo necesario para vivir según la dignidad de su persona. Pero debemos reconocer que nos entra una cultura donde hay menos compartir y menos diálogo sobre los grandes valores. Nos cuesta transmitirlos a las nuevas generaciones. Nuestras CEBs ya no tienen el mismo soporte social que tenían antes: el ñopytyvö, el jopói, la minga, el oñondivepa de los proyectos que han construido gran parte de nuestro paisaje económico y social actual. De alguna manera nuestras fiestas patronales son una expresión un poco nostálgica de lo que fue, o lo que debería ser la comunidad todos los días: un sentido de la celebración, la solidaridad, la comunión…

Aquí, de paso, nos damos cuenta que la cultura individualista y consumista afecta nuestra agricultura. La pequeña finca familiar está en peligro. El tema de la Agricultura Familiar Campesina (AFC) que también tocamos durante la novena, con los temas de la tierra, de la Casa Común como medio-ambiente a cuidar y administrar, hace parte de nuestro teko. Nuestro campo se muere. Y debemos reaccionar. No puede ser que lo abandonemos a las fuerzas del mercado y de un así llamado “desarollo” que no se preocupa por los delicados equilibrios ecológicos, ni por la gente y su cultura. Hay mucha especulación: el precio de la tierra sube y la tentación de vender es muy grande. Vender, ¿para qué futuro? Creemos que la tierra, la agricultura familiar campesina, el cuidado de los recursos naturales que no se pueden sencillamente chupar para crear provechos económicos, y también la vida comunitaria, creemos que todo esto es el futuro (y no sólo el pasado) de San Pedro.

La comunidad es un elemento fundamental de la vida cristiana. En el contacto humano directo, la solidaridad, el perdón y la reconciliación, el juego, el arte, el debate político, etc. no solamente crecemos como humanos sino que vivimos el sacramento de la vida en Dios. En este proceso de hacer comunidad y crecer juntos, aprendemos la vida de Jesús Servidor, no en teoría, sino en la práctica, a veces con dolor y dificultad. La comunidad no es una vida ideal. Es un camino concreto para ser más humanos y más hijos/as de Dios. Debemos revitalizar nuestras comunidades, unidades de base de nuestra Iglesia. La comunidad es el sacramento sin el cual los demás sacramentos no tienen sentido. Esto no lo invento yo, viene de la tradición de 2000 años de cristianismo.  No olvidemos también la "salida" que el Papa Francisco nos invita a vivir: no queremos comunidades replegadas sobre sí mismas, queremos comunidades interesadas y comprometidas en la suerte de su sociedad, su mundo.

Hacer comunidad es fundamental para nuestra fe y también es muy importante para nuestra sociedad. ¿Cómo vamos a tener proyectos de economía solidaria si no hay comunidades para ejecutarlos? ¿Cómo vamos a transmitir a las nuevas generaciones el cuidar de la casa común si no hay ambiente donde la gente se conoce, se sostiene, se ama? ¿Cómo vamos a tener una verdadera participación ciudadana si no hay espacios de vida donde todos, pero especialmente los jóvenes, aprenden la convivencia dando su contribución? ¿Cómo vamos a ser pueblo y país si no tenemos experiencia de sostener y ser sostenidos/as en una comunidad concreta?

La noche del octavo día, con el Pa’i Aquilino, sobre la “administración de la casa común”, me vino como un flash. Vi que la lucha por la AFC, la lucha por preservar las tierras, la lucha por un ambiente sano, todo esto abundantemente fundamentado en la Doctrina Social de la Iglesia y las enseñanzas de los últimos Papas (ahí nos iluminó el P. Cristhian Páiva), vi todo esto de una manera unificada. Me vino la idea de un lema para concretar nuestro plan de pastoral:
Arraigados en Cristo, cultivar comunidades.
Ñañekarama Cristo rehe ha ñamoheñói comunidad.
Es solamente una idea. Pero ven un poco adónde creo que vamos. Necesitamos retornar a los orígenes de nuestra diócesis, fundada desde las experiencias de CEBs, con la ilusión de tener mil focos de vida cristiana con sus servidores, mil comunidades empeñadas en testimoniar su fe y transformar como un fermento la sociedad, el mundo. Esto no es el pasado. Es nuestro futuro. Esto lo quiero decir especialmente a los jóvenes en este primer año del Trienio. Sabemos que son una generación “especial” pero no queremos ni debemos dejarles formar grupos a parte. Ustedes necesitan de esta comunidad que arraiga y da identidad, y la comunidad necesita también de ustedes, su energía, su creatividad, sus búsquedas, su vida.

Dios nos bendiga. María, madre de la la primera comunidad, interceda por nosotros. San Pedro, hombre de fe, líder de la primera Iglesia, ruega por nosotros.

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