Estaban
en la pieza, encerrados, traumados por la muerte del amigo, y
miedosos del “mundo” allá afuera. Vino un viento con fuego,
vino el mismo Jesús y sopló sobre ellos. Estaban como
“muertos-vivos”. Recibieron aliento, ánimo, fuerza, vida, la
intimidad de la comunión entre Padre y el Hijo, para salir, ir a la
plaza, al encuentro de gente de “todas las naciones”, a compartir
“las maravillas de Dios”, conversando con “cada uno en su
idioma”. Hoy también, estamos encerrados en nuestros prejuicios,
en nuestras categorías, en nuestras ideologías, en nuestras
costumbres donde no entran los diferentes. Hoy viene otra vez este
aliento para salir “sin demoras, sin miedo y sin asco” (Evangelii
Gaudium, 23) al encuentro de los demás para vivir una nueva
experiencia de hermandad.
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