En
las manifestaciones de miedo a los extranjeros, a los refugiados, en
el racismo que se nota en varios rincones del mundo (y del corazón
humano), en las actitudes de clases celosas de sus privilegios, hay
una postura de propietario: estoy en mi casa y esos diferentes, de
afuera, tienen que comportarse, conformarse y no molestar. Por
supuesto que quien entra en un mundo diferente tiene que aprender las
costumbres locales, escuchar mucho, renacer en la nueva cultura.
Pero nadie es dueño de la tierra, del sol, de la vida, del amor…
Quien se hace dueño así, quien se cree absolutamente en su propia
casa, quien agarra las cosas y las personas para poseer y
controlarlas, lo perderá todo. Quien se hace libre para el Reino
de Dios, quien da valor al amor y la entrega, éste estará en casa,
en familia,
en cualquier parte.
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