viernes, 30 de junio de 2017

Mío, tuyo, nuestro

En las manifestaciones de miedo a los extranjeros, a los refugiados, en el racismo que se nota en varios rincones del mundo (y del corazón humano), en las actitudes de clases celosas de sus privilegios, hay una postura de propietario: estoy en mi casa y esos diferentes, de afuera, tienen que comportarse, conformarse y no molestar. Por supuesto que quien entra en un mundo diferente tiene que aprender las costumbres locales, escuchar mucho, renacer en la nueva cultura. Pero nadie es dueño de la tierra, del sol, de la vida, del amor… Quien se hace dueño así, quien se cree absolutamente en su propia casa, quien agarra las cosas y las personas para poseer y controlarlas, lo perderá todo. Quien se hace libre para el Reino de Dios, quien da valor al amor y la entrega, éste estará en casa, en familia, en cualquier parte.

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