domingo, 29 de junio de 2014

Pedro apóstol

Textos: Lecturas del día de la fiesta de SS. Pedro y Pablo
Hechos 12,1-11; Salmo 33,2-3.4-5.6-7.8-9; 2Tm 4,6-8.16-18; Mt 16,13-19

En Roma, descubrieron hace unos 50 años, descubrieron lo que sería la tumba de San Pedro, una fosa común que habría estado al lado de un circo, probablemente donde Pedro murió. Este lugar está debajo de la basílica de San Pedro. Hubo excavaciones y hoy se puede entrar allí y visitar el antiguo cementerio hasta una pequeña piedra donde se identificó un graffiti, la tumba de Pedro. De ahí uno mira arriba: en linea directa, se ve altar mayor de la basílica. Es emocionante: se contempla toda la historia de la Iglesia romana.

Ayer me sentí así cuando presidió Monseñor Páez, el obispo fundador de nuestra diócesis. Me sentí en la misma linea, en comunión de servicio de la misma Iglesia. Esto es la apostolicidad, el hecho de recibir la herencia de la fe, de hacerla nuestra y de comprometernos a transmitirla.

Pedro proclama su fe con respuesta solemne: “Tomando la palabra, Pedro respondió...” Y luego sin hesitación: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” Pedro usa las palabras de su tradición, de su cultura, de su religión judía para decir quién es Jesús para él. Mesías, Hijo de Dios, se usaba para hablar del Rey, el elegido por Dios para una misión especial, hacer que el pueblo viva en la abundancia y la justicia. Pedro saca lo mejor de su mundo y de su propio corazón, del testimonio de Jesús que recibe y del amor que tiene por él, para expresar su fe. Marca la pauta para él y para el grupo de los discípulos. Lidera el camino de la transmisión de la fe

Así Pedro es Apóstol. Recibe de Jesús el testimonio, la convivencia, la amistad, las enseñanzas, las palabras de aliento, los reproches, las advertencia. Recibe lo que sus ojos ven, lo que sus oídos escuchan,... y proclama su confianza, su adhesión, su fe, su amor. Recibe lo que Dios le revela en Jesús, y proclama la nueva vida inaugurada por aquel encuentro. Para esto usa toda su inteligencia, toda su capacidad de percibir, de discernir, de entender. Usa también las palabras de su mundo y de su tiempo.

La Iglesia es apostólica. Y esto significa la misma cosa: recibe la revelación de Dios en Jesucristo, cuya buena noticia transmitieron los apóstoles, sus sucesores, y todo el pueblo cristiano a través de los siglos y de las culturas. Recibe el mensaje de los misioneros. Lo medita, lo vive, lo reflexiona, lo rumia, lo experimenta, lo interioriza, lo comparte en comunidad, lo estudia en la catequesis y la teología, lo profundiza en la liturgia, los retiros, las charlas, el estudio, las lecturas. Y lo proclama de palabra y acciones: también en la liturgia, en la vida laboral, en la convivencia social, en los proyectos comunes, en la familia, en la vida política, en la intimidad, en el espacio público,... La Iglesia es apostólica porque recibe, medita y proclama. Así como María recibe, gesta y da a luz.

La aposticidad nos interesa mucho. ¿Cómo se transmite la fe? Muchos dicen: ¿Por qué las nuevas generaciones se alejan? ¿Por qué la Iglesia no entra en la sociedad moderna? Muchos intentan de corregir la manera de hablar, buscan lo que atrae, consideran todo este problema como una cuestión de imagen. Pedro Apóstol nos muestra otro camino. La transmisión de la fe depende de la calidad de nuestra escucha, de nuestra interiorización y de nuestro testimonio, los tres momentos juntos. Estamos en un mundo hiper-conectado, donde todo se hace en un “click”, un mundo agitado y ansioso de novedades, debemos cultivar una capacidad de permanecer serenos y arraigados, y al mismo tiempo activos y creativos:
  • En la escucha. La voz de Dios nos llega a través de la Iglesia, de los servidores de la Iglesia, de las Escrituras, de fórmulas que a muchos les parece ya “pasadas de moda”, incomprensibles, fuera de onda, irrelevantes. Como Iglesia apostólica, aprendemos a escuchar, a leer con paciencia, a recibir el baúl de la tradición, con mucho respeto, buscando el sentido de las cosas. No podemos manejarnos con un criterio superficial que nos hace juzgar ligeramente lo que recibimos. Y tampoco podemos quedar pasivos y no preguntar, buscar, el sentido actual de las fórmulas que recibimos hoy. Si se nos ha transmitido, si los apóstoles y sus sucesores, la tradición, la Iglesia, el pueblo creyente... nos transmite, entonce hay algo que escuchar.
  • En el gestar y meditar. Aquí también necesitamos paciencia, el tiempo de hacer una experiencia profunda, no saltar a conclusiones precipitadas, no creer que entendemos todo inmediatamente, no considerar lo que recibimos como un contenido cualquiera, una noticia de la radio o un comentario de WhatsApp. Esto que recibimos lo meditamos y lo conectamos con lo que vivimos. La fe nos hace interesados en todo lo que es vida humana, sus luchas, sus búsquedas, sus esperanzas, sus cuestionamientos... La fe es para la vida y la vida en abundancia. En la oración, en la vida comunitaria, en la reflexión teológica, en el compromiso social, en todo interiorizamos la Palabra de Dios que se nos da en Jesucristo por medio de los Apóstoles.
  • También hablamos, decimos, compartimos, proclamamos. Aquí paciencia sí, en la escucha de nuestra comunidad y de nuestro mundo, de lo que busca nuestra gente. Paciencia también en la proclamación, no desistir, no abandonar, repetir, insistir, buscar la forma. Pero también audacia: nos toca decidir de dar a nuestro mundo el testimonio que se merece. Nos toca inventar nuevas maneras de comunicar esto que recibimos. Nos toca dar sentido, y un sentido personal, actualizado en el mundo de hoy, a la tradición que recibimos. Nos toca vivir y hacer vivir la misma “revolución” que Jesús hizo vivir a su comunidad y a su sociedad.
Al final se trata de vivir nuestro carisma sampedrano, de una manera auténtica: una vibrante vida interior, el amor a nuestros hermanos y hermanas, la disponibilidad radical a Dios. A Pedro mismo lo recibimos, es de nuestra historia, de nuestra tradición. Recibimos también el hecho que nos fue dado como santo patrono, para nuestra diócesis y nuestra parroquia catedral. Hemos meditado algo de su testimonio, hemos rumiado sobre su vida, su ejemplo, sus palabras y acciones. Hemos buscado el sentido para nosotros hoy, en nuestra diócesis, con los desafíos que tenemos. Hemos sentido una nueva inspiración al redescubrir el evangelio a través de sus ojos. Este proceso hay que continuar. Siguiendo los temas de nuestra novena, San Pedro nos invita a ser atrevidos, abiertos, arraigados, discípulos entusiastas de Jesús, apasionados de su proyecto, fieles en la amistad y la oración, comprometidos en la comunidad, ágiles y generosos en nuestra solidaridad, transparentes y creativos en nuestra administración, animados en la misión. Hemos recibido el “carisma” de Pedro y lo hemos acogido y meditado juntos. Ahora vayamos a vivir, trabajar, amar, testimoniar, hacer Iglesia, con esta nueva inspiración, bajo su intercesión y su protección.

sábado, 28 de junio de 2014

Pedro movido por el Espíritu Santo

Textos: Lecturas de la víspera de SS. Pedro y Pablo
Hechos 3,1-10; Salmo 18,2-3.4-5ab; Ga 1, 11-20; Juan 21,15-19

Hemos recorrido nuestra novena meditando sobre la figura de San Pedro preguntándonos sobre el legado que nos deja, el carisma que inspira a su Iglesia de aquí. Hemos mirado su figura, leído sus escritos, contemplado sus huellas en la Iglesia primitiva y en nuestra Iglesia sampedrana. ¿Qué nos queda al final de estos nueve días? ¿Qué vemos más claro del carisma que nos mueve? ¿Qué se nos aclaró sobre nuestra identidad, sobre el don que recibimos y la misión que se nos encomienda? Pedro estuvo movido por el Espíritu Santo y es el mismo Espíritu que hoy nos anima a nosotros.

Pedro movido por el Espíritu Santo es diferente de Pablo movido por el Espíritu Santo, o de María movida por el Espíritu Santo. Somos todos diferentes, el Espíritu revela, fortalece, anima los dones de cada uno, cada una. Nos hace a la vez más diferentes, más nosotros mismos, nosotras mismas, y también más unidos/as en el cuerpo eclesial. O sea, el Espíritu nos comunica a la vez nuestro don particular y nos da la capacidad de buscar la unión. También, perteneciendo a una comunidad, recibimos el Espíritu de esa comunidad, el Espíritu para esa comunidad. Recibimos un “carisma”. ¿Cómo es el carisma de San Pedro?

Durante toda la novena nos hemos acercado a esta acción del Espíritu en Pedro. Hoy está todo resumido en los textos que acabamos de leer. Algunos rasgos podemos destacar:

  • Dialoga con Jesús y declara su amor
Pedro nos demuestra una intensa vida interior. Hemos visto Pedro que responde al llamado de Jesús. Hemos contemplado a Pedro que vive sus aprendizajes de discípulo, que toca su fragilidad y su pecado, que acoge en sí mismo lo que descubre de Jesús y del Padre. Hemos visto a Pedro cerca de sus miedos y contradicciones, que recibe y acoge la palabra a veces dura de Jesús. Hemos visto a Pedro que pregunta, que quiere comprender. Pedro lleva también en sí la vida de la comunidad, la medita, la contempla. Él acompaña a Jesús en sus momentos más fuertes y descubre poco a poco quién es. Le ama.

Ahora Jesús le pregunta y le hace rever la relación que hay entre los dos. Le hace declarar su amor en lo profundo, no un simple sí superficial sino un sí que abarca todo lo vivido, incluso la traición.

Todo esto nos deja como legado y carisma el dón y la misión de cultivar esta vida interior donde dialogamos con Jesús y le declaramos nuestro amor, de la misma forma personal, sencilla, directa, como lo hizo Pedro. Por el carisma que recibimos, este capacidad es nuestra para vivirla y desarrollarla. Somos un pueblo de la contemplación, de la oración, de la vida interior. El Espíritu Santo nos anima y alimenta.

  • Es líder, conduce al grupo
Hemos contemplado a Pedro líder en la vida comunitaria, en el grupo de discípulos, en la solidaridad, en la administración de la Iglesia, en la misión que cruza fronteras y deshace muros. 

Ahora Jesús le hace repasar su vida, su liderazgo, le invita a una etapa más profunda: atiende mis ovejas. Aquí está también el pescador de hombres, la Piedra, el sentido de su nombre, de su vocación.

También nosotros repasamos nuestra historia diocesana y agradecemos por el don de liderazgo, la solidaridad, la administración de la vida comunitaria, la misión. Agradecemos por una rica historia de las CEBs y por todo lo que creció en nosotros y entre nosotros en esta historia. Recibimos ahora un nuevo llamado a un nuevo liderazgo, más libre, más profundo, más al servicio, más gratuito. Podemos ser líderes en San Pedro, en el Parguay, en todo el mundo y "atender a las ovejas del Señor" donde nos toca vivir y trabajar.

  • Es llevado a dónde no quiere
Hemos contemplado a Pedro contradicho por Jesús, que le reprocha su falta de fe, que le anuncia la traición. Ser discípulo ya fue para Pedro ser movido, desinstalado, sacudido. Nunca tuvo la vida fácil, siempre fue "chocado" por el llamado, pero su amor superó todo, hasta el fracaso y el pecado. Las tensiones continuaron en la vida de la Iglesia primitiva: con Pablo, con Santiago, con los paganos, con los judíos. Hasta el "Quo Vadis" que es una leyenda habla de la misma lucha interior que Pedro vivió hasta el final.

Ahora Jesús le anuncia que "otro le atará el cinturón y le llevará a dónde no quiere". Jesús le dice que ser así llevado es parte de su carisma. Algunos dirían "destino", "karma"... pero Jesús le hace ver a Pedro que su vida está en la relación con él y en la misión que recibe. ¡Y basta!

Este carisma nosotros también lo vivimos si asumimos nuestro nombre de sampedranos. Jesús nos lleva en líos, nos invita a hacer sarambi. Ya hay luego sarambi y estamos metidos en líos, queramos o no. Vivimos bien, anhelamos la paz y la tranquilidad, pero sabemos que debemos enfrentar desafíos inmensos: pobreza, inseguridad, transición cultural, mutaciones en la familia, y también el pecado mismo, la avaricia, la prepotencia, el robo, la mentira, y sus consecuencias, todas esas cosas que se encuentran en los medios de comunicación, acerca de San Pedro. Aceptar nuestro carisma es descubrir otra forma de paz. Sacrificamos la tranquilidad porque nos importa el amor a nuestros hermanos y hermanas. Pero estamos en paz, no por ser buenos, no por hacer todo bien, sólo porque sabemos que Dios nos acompaña en dónde él nos lleva, y le dejamos llevarnos.


Nunca nuestro carisma se podrá contener en unas pocas palabras. Esta noche, y después de nuestra meditación de la novena, vemos más algunas dimensiones: la vida interior, el liderazgo al servicio de los demás, la disponibilidad radical por el amor a Jesús. La vida de Pedro se ilumina para nosotros, y nuestras propias vidas también tienen un nuevo relieve, a nuestros propios ojos. Les invito a seguir tomándose el tiempo de mirar sus experiencias y de reconocer el carisma bien concretamente en ellas. Y también de seguir mirando la vida de Pedro a partir de lo que nosotros vivimos también, relacionando, descubriendo que somos realmente de su familia. Cuanto más veamos este nuestro parentezco con San Pedro, más sampedranos seremos, más felices y libres, también más comprometidos y entregados. Esto es la gracia del carisma.

viernes, 27 de junio de 2014

Pedro misionero

Textos: 1Pe 1,3-9; Lucas 10,1-11

Nuestro continente y ahora nuestra Iglesia del mundo entero está en medio de una gran ola misionera. Desde Aparecida, América Latina ha visto con mucha claridad que no hay futuro de la Iglesia si no hay misión. Muchos movimientos misioneros están apareciendo en nuestra diócesis. Estamos descubriendo la energía nueva y la alegría que vienen de salir, así como Jesús lo mandó a sus discípulos.

En medio de este “Evangelio de la misión” que acabamos de leer, está la recomendación de ir a una casa y de quedarse allí. “No vayan casa por casa...” También se repite varias veces la otra recomendación de “comer lo que se les da”. ¿Qué significa esto? ¿Porqué esta insistencia? ¿Qué hay de tan importante en el quedar y comer en casa ajena?

La gracia de la misión es antes que nada la gracia de encontrar a nuevos hermanos y nuevas hermanas. Sí, está la dimensión de decir algo, de predicar, de anunciar una “buena noticia” pero ¿cómo anunciaremos si antes que nada no nos relacionamos, si no hay entre nosotros confianza y un principio de amistad? ¿Qué clase de mensaje es esto que solamente se grita por todos lados sin pensar en las personas y en los grupos a quienes se destina? Ni la publicidad comercial no hace esto. Se toma mucha pena para descubrir a su publico, para elegirlo, para hablar su lenguaje, para tocarlo en donde espera ser tocado.

Nosotros no somos una agencia de publicidad, ni de propaganda. No estamos reclutando para un club, ni para un partido. Nosotros anunciamos la buena noticia de Jesucristo que, según creemos, puede liberar, dar una vida nueva y abundante, salvar, sanar,... a quien la escucha. Nos interesa mucho si nuestro mensaje es coherente, si es comprensible, y si llega a destino. No podemos ahorrarnos el camino de conocer a nuestros oyentes. No como una estrategia fingida de comunicación sino porque la misión es realmente interesarse por el otro, quererlo, servirlo. Nuestro mensaje es llegar a la gente, amarla y servirla.

Entonces, así como dice el texto, hay que quedar en la casa que nos hospeda, para conocer a la gente, para compartir con ella, para aprender, para esperar el buen momento del anuncio. El evangelio nos invita a comer lo que se nos da, no a dar de comer nuestra propia comida. Esto es muy profundo. No podemos ser prepotentes, saber todo, repetir el mismo mensaje en todas las ocasiones, no hacerle caso a las personas. Algunas veces, delante de algunos misioneros, tengo esta impresión: les importa más sus trabajos, sus realizaciones y sus éxitos, que la gente. Llegan con todo su programa y todas sus herramientas pero no escuchan.

La historia que escuchamos el segundo día de nuestra novena (Pedro contemplando la visión de los animales en Jopé) se acaba con la asamblea, el concilio de Jerusalén. Es la historia de la apertura de la comunidad cristiana al mundo no-judío, con las enormes consecuencias religiosas y culturales que esto trajo. Más que la conversión de los paganos, fue la conversión de la Iglesia judeo-cristiana, la historia de su nueva apertura. Fue muy difícil pero fue una gran gracia que trajo una gran riqueza a la Iglesia. Pedro fue el líder de este profundo cambio en la Iglesia.

¿Qué riquezas la nueva misión trae a nuestra comunidad, a nuestra Iglesia diocesana? ¿Qué nuevas amistades, que nuevas maneras de vivir nuestra fe, qué nuevas aperturas estamos experimentando en la misión de hoy? ¿Qué nueva experiencia de Dios?

La pregunta para las comunidades de base es: ¿a quiénes el Señor nos manda para abrirnos y para compartir el Evangelio? Estamos invitados a salir de nuestro funcionamiento de siempre, de nuestra organización bien rodada, de nuestras certidumbres, para vivir la aventura del encuentro con la gente diferente, la gente que no se interesa mucho por nosotros, la gente que tiene otras luchas muy duras que está llevando contra la enfermedad, contra la pobreza, contra la exclusión, la gente que busca... ¿Cómo podemos llegar a las muchas comunidades indígenas que están en nuestro departamento, interesándonos por ellos, por su vida, por sus familias? ¿Cómo podemos llegar a ser invitados a compartir la comida de ellos, con ellos? Entre nuestros barrios de centros urbanos muchas veces también hay divisiones y muros sociales y psicológicos. Allá viven las familias más pudientes, allí están los cinturones de pobreza. Esos muros están a veces en nuestra propia Iglesia. Nadie quiere ir a los “chuchis”, nadie quiere compartir con los “pobres”. ¿Cómo podemos deshacer esos muros, llegar a las personas, a los grupos, a las familias, para que lleguemos a ser amigos? ¿Cómo podemos combatir nuestros propios prejuicios (todos tenemos algunos) y llegar a interesarnos realmente y gratuitamente por las personas? ¿Cómo podemos aprender a sentirnos en casa con ellos, a compartir sus alegrías y penas, y la comida de cada día?

Algunos preguntarán: entonces ¿qué del anuncio? En nuestro mundo de hoy donde hay tantos mensajes, tanta información, hace falta mensajes nuevos y mensajeros nuevos. Hay que reinventar la comunicación: tomarnos el tiempo de una relación, plantar algunas raíces en el mundo del otro, para saber qué decir y como decirlo. El anuncio no es repetir fórmulas, es comunicar una verdadera “buena noticia”. Parece sencillo pero esto es realmente ir a contracorriente de nuestra cultura de los medios masivos de comunicación.

Si emprendemos una nueva misión así, tendremos que rever algunas ideas sobre la misión. Tal vez no importa el número de convertidos, pero sí la calidad de nuestra presencia. Tal vez no importa tanto pureza de la doctrina, pero sí el fuego de nuestro amor. Tal vez una misión así nos llevará mucho tiempo para poco resultado, esto tampoco importa: el Señor nos manda a salir y a sembrar gratuitamente porque hemos recibido gratuitamente.

Esta es la misión que teje una nueva Iglesia y una nueva sociedad. Esta es la misión que lanzó Pedro cuando fue en casa ajena y compartió con los que su propia religión le enseñaba a rechazar. Esta es la misión que nuestra diócesis necesita. Recemos esta noche para que juntos respondamos con confianza al desafío que nos lanza nuestro patrono, San Pedro que nos acompaña con su intercesión y su ejemplo.

jueves, 26 de junio de 2014

Pedro administrador

Textos: Hechos 2,42-47; Mateo 14,13-21

Este texto de los Hechos de los Apóstoles describe la comunidad de los primeros cristianos y parece todo muy lindo. Lucas, tanto en el Evangelio como en el libro de los Hechos de los Apóstoles, tiene esta forma de hablar siempre de unidad, de comunión, aunque tampoco puede esconder que no era siempre fácil. Este texto es un “sumario” de la vida comunitaria. Los creyentes comparten todo: los dones del Espíritu Santo, la oración, la formación, los bienes. “Administran” la gracia de Dios recibida, para usar el término de la Carta de Pedro que leímos ayer.

Pedro, estando al frente de la comunidad, sabía de administración, y justamente en este sentido amplio: disfrutar, renovar, compartir, repartir todas las riquezas recibidas por la gracia de Dios.

Acabamos de vivir una experiencia fuerte al respecto: el maratón, la gran colecta que celebramos el pasado 5 de junio, aniversario del nacimiento de nuestra diócesis. Sabemos todos el resultado, la cifra, y este dinero se está destinando enteramente a la formación de los seminaristas. Pero ese día, hubo mucho más que dinero recogido. En todos los lugares se sintió un ambiente de fiesta, una alegría inmensa. Las comunidades y las personas más humildes trajeron sus aportes con orgullo. Nos sentimos unidos como una gran familia. Le decía al pa'i Pérez: me parece que nuestro pueblo ya estaba esperando una iniciativa como ésta, y sabía antes que nosotros que iba a salir muy bien, quería ya participar de esta forma y mostrar de qué generosidad es capaz.

De esto se trata, en todos los aspectos de la vida eclesial: participar de la misión de Cristo. Cuando estamos en la celebración dominical, cuando damos nuestro tiempo en un oficio, cuando nos formamos para solidificar nuestra fe, cuando celebramos los sacramentos, cuando aportamos recursos económicos, cuando inventamos nuevas iniciativas misioneras, en todo, participamos de la misión de Cristo y somos administradores de la gracia de Dios. Y más aún: cuando estamos activando en la vida social, cuando somos voluntarios en el deporte o la comisión vecinal, cuando votamos, cuando aportamos para los damnificados, cuando nos esforzamos por vivir relaciones de justicia, de respeto, de promoción de los demás, cuando nos dedicamos a crear un ambiente familiar propicio al crecimiento,... participamos en la misión de Cristo y somos administradores de la gracia de Dios. En todo.

Entre todas esas actividades, no tenemos porque tener vergüenza del tema económico. No es un tema sucio. Ni mucho menos cuando se vive siguiendo el modelo de la primera comunidad. Ahí todo se compartía, y todo se manejaba de manera transparente. En el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles, hay historias de “mal manejo” donde algunos se quieren lucrar con los dones de Dios. En uno de los casos, una pareja quiere figurar bien y miente sobre el precio de su aporte, Pedro denuncia con fuerza: ¡mintieron al Espíritu Santo! ¡Los dos se caen muertos! (5,1-11) En lo económico como en lo sacramental, en la misión como en oración, en la solidaridad como en la formación, en todo se espera de nosotros un manejo sencillo, humilde, abierto, generoso, preocupado por el mayor bien de los demás, la gloria de Dios y el amor al hermano, la hermana.

Cuando así vivimos, todo se multiplica, no falta nada, sobra todo. Esta es la historia del evangelio de la multiplicación de los panes. Esta es la experiencia de nuestras comunidades: el compartir, el manejo transparente, el esfuerzo mancomunado, la apertura a lo que el Señor nos pide, dar desde nuestra pobreza, todo esto nos hace entrar en la abundancia de la gracia de Dios. No es un éxito económico como los que nos presenta nuestra sociedad. No es vivir en el lujo. No es vivir sin sentir nuestros límites. No es tampoco ser presos de nuestros bienes. Es vivir en otro tipo de abundancia donde no faltan los hermanos, la vida familiar, los recursos para vivir, el sentido, la presencia de Dios, ni tampoco las dificultades, ni las persecuciones. Esto es el “cien por uno” que Jesús prometió a Pedro, y nos promete a nosotros también. Una abundancia de relaciones auténticamente humanas.

La economía tiene un lado que “cuenta y escribe” y creo que lo podemos aprovechar. La biblia es severa con los reyes que hacían censo para saber cuantas tropas tenían e intentaban sentirse seguros con sus propios recursos. Así, su confianza en Yavé se volvía tibia. Pero no se trata de esto. Contar nos ayuda a darnos cuenta de la gracia de Dios, del trabajo de los hermanos y hermanas, del tiempo que meten en sus compromisos, de todos los recursos que usamos para ser discípulos de Jesús. Así podemos ser más realistas y más eficaces. Sobre todo podemos dar gracias a Dios descubriendo el milagro que está delante de nuestros ojos, la formidable generosidad de su amor.

Tenemos que progresar como diócesis en cuanto a manejo transparente, cuentas claras y abiertas. Tenemos servidores y servidoras sacrificados y generosos, pero nos cuesta registrar, escribir, documentar todo. Tenemos también un desafío en generar nuestros propios recursos para darnos los medios de una pastoral activa, competente y dinámica. Muchas cosas ahora estamos llevando “a pulmones”, sin muchos recursos, dependiendo de proyectos del exterior. Estoy muy optimista. Veo mucha disponibilidad y mucha madurez sobre el tema. Hacer este ejercicio (cuentas y generar recursos) en Iglesia, puede ser también una buena formación para nuestras economías familiares y organizativas. Tomar conciencia de nuestra vida económica nos ayudará, como dice el mismo Pedro, a ser “buenos administradores de la gracia de Dios”, en todas sus formas, que recibimos abundantemente.

miércoles, 25 de junio de 2014

Pedro comunitario

Textos: 1Pe 4,7-11; Salmo 133; Marcos 1,29-31

La primera lectura es una exhortación a vivir en comunidad, siendo “buenos gerentes”, buenos administradores de la gracia de Dios que es diversa: Él da carismas diferentes a las personas y a los grupos. La vida comunitaria nos requiere aprender a aprovechar esta diversidad. Supone que cada uno con su don se ponga al servicio, aporte su contribución con generosidad y alegría. El Evangelio es el relato muy corto y sencillo de Jesús que va a la casa de Pedro, en su familia. Encuentra a la suegra enferma. Él le sirve a ella, la sana; y ella se pone al servicio de la gente reunida en su casa. Compartir los dones. Luego es “un día en la vida de Jesús”, con toda la gente que le busca, y también Pedro, con los discípulos que buscan a Jesús. Él conduce la comunidad, la hace cambiar de rumbo, ir a otra comunidad, escuchar otros llamados. La comunidad está para seguir a Jesús.

Nosotros en San Pedro, tenemos a la comunidad de base en el centro de nuestro plan pastoral. En nuestra diócesis hay más de 900 comunidades, muchas en ambiente rural, otras en los barrios de nuestros centros urbanos. Algunas son muy antiguas, otras son muy nuevas. Agrupan algunas a una decena de familias, otras a más de 100.

El tejido de nuestras comunidades ha cambiado mucho en las últimas décadas. La sociedad tradicional, podemos decir, favorecía mucho un cierto tipo de vida comunitaria donde los vecinos interactuaban mucho, compartiendo los trabajos, los frutos de la tierra, los tiempos de recreo. Hoy tenemos una vida más individual y la familia es menos extensa, más nuclear. Las redes están tomando el lugar de las comunidades geográficas. No dependemos tanto los unos de los otros. Los medios para sobrevivir y comunicar son más individuales. Hay más posibilidades de elegir. En la comunidad tradicional había más oportunidades para encontrarse y estar juntos. Tampoco era el paraíso: la vida era dura.

No sirve lamentar el pasado. Es importante entender en dónde estamos y cómo llegamos a este punto. Pero la pregunta grande para la Iglesia es si la comunidad sigue siendo una opción. Hay menos apoyos viniendo de la sociedad y la cultura. Esto podría llevar al final de nuestra vida comunitaria. También puede ser la ocasión de optar más profundamente por la dimensión cristiana de nuestras comunidades.

¿Porqué, para qué vivimos en comunidad? Hoy en día las razones pasaron de las necesidades físicas a las necesidades psicológicas. Para no estar solos, para tener apoyo, contención. Sobre la comunidad se ha dicho y escrito muchísimas cosas lindas: que es un espacio de crecimiento, de apoyo mutuo, de intercambio, de ayuda, de sostén, de colaboración, de proyectos... La realidad es que es también un espacio de conflictos, de problemas, de esfuerzos que no siempre dan resultados. Si somos sinceros, la comunidad nos puede dar las más grandes alegría y también grandes quebrantos. Al final, no convencen todas esas razones muy “útiles”, no dan un sentido.

Vivimos en comunidad porque así comulgamos al misterio de Dios.

La comunidad no existe fuera de nuestro compromiso de hacerla. Aquí la famosa frase de John F. Kennedy me parece muy justa: “No te preguntes qué es lo que la nación puede hacer por ti. Pregúntate qué puedes hacer por la nación.” Diría lo mismo de la comunidad. Es un compromiso, el de abrirse constantemente, el de buscar a los demás. Es imposible vivir en comunidad sin moverse, sin participar, sin activar, sin sentir, sin compartir. Amarla cuando es simpática y linda, también cuando nos cuesta, nos cuestiona, nos invita a un don más desinteresado. Así únicamente la comunidad nos hace crecer. Como la familia. Nos queremos pero tenemos que aprender todos los días a convivir.

Esto nos hace más humildes a la hora de la misión. Está muy bien proclamar que Jesús te ama, Jesús te salva, Jesús te ayuda. Está bien saber hablar, saber operar signos, tener un poder de convencer. Pero nuestra vida familiar y comunitaria nos hace también pacientes, sabios, conscientes de nuestra propia fragilidad, conscientes de que las cosas llevan tiempo y procesos. Las cosas no cambian solo por decir o explicarlas. La gracia de la comunidad es de recordarnos siempre la “encarnación”: Dios está presente en el “sacramento de los hermanos y las hermanas”, con todas sus grandezas y también con todas sus limitaciones, que nos hacen ver nuestras propias riquezas y nuestras pobrezas.

La comunidad es la presencia del Señor en nuestra vida. Es Jesús que nos llama, que nos da oportunidades para salir de nosotras/os mismos/as al encuentro de los demás, es el cuerpo concreto en que vivir la fe, la esperanza y el amor. Las dificultades no son accidentes o mala suerte, son la esencia de la vida comunitaria, oportunidades para abrirnos más a los demás y a Dios en ellos. La comunidad es como un retiro permanente: te da miles de oportunidades de encontrar a Dios.

Sueño otra vez lo del domingo pasado: una formación integral que nos ayude, como personas y comunidades, a contemplar el camino hecho y por hacer, a marcar etapas de crecimiento, a elaborar proyectos comunitarios donde cada persona pueda participar con su don, y donde el objetivo sea realmente “la vida y la vida en abundancia” (Juan 10,10).

San Pedro, hombre de comunidad, nos anima. ¡Viva la comunidad!

martes, 24 de junio de 2014

Pedro solidario

Textos: 1Pe 2,4-10; Salmo 113; Lucas 1,46-55

Recuerdo las radio novelas de Radio Cáritas. Cada año, al acercarse la Navidad, solían tener una con un recuento de la Natividad, la historia de la Sagrada Familia pero en lo actual, en Paraguay. Podría muy bien ser María e Isabel que se encuentran en una reunión de la Pastoral del Niño, preparándose para dar a luz, reconociendo, las dos futuras madres, lo maravilloso que llevan en su seno, y la acción de Dios en sus vidas y en la historia. Esto es la Pastoral Social, una acción concreta para que todos puedan cantar como María: Dios está haciendo maravillas, está reuniendo a los pobres en una gran mesa alegre donde la comida es rica y abundante, y está quitando sus atributos y títulos a todos los que los usaban para dominar y explotar. Esto es el sueño de Dios o, en lenguaje de la Biblia, el Reino Dios. Dios reina, no hay más desigualdad escandalosa, no hay más gente desfigurada porque pasa necesidad o sufre violencia, no hay más rico que no quiere compartir. Dios reina y descubrimos todos nuestra hermandad profunda. Dios reina y el poder ya no sirve para aprovecharse del prójimo sino para servir y manifestar su grandeza. Dios reina y el mundo es nuevo, diferente, justo, pero no como nuestra justicia estrecha y egoísta, sino de la justicia abundante y gratuita de Dios.

Parece un sueño. Pero cuando nos comprometemos concretamente en algunas iniciativas, sea la Pastoral del Niño, sea la visita a los enfermos, sea la visita a los presos de la cárcel, sea en un comedor, sea en acercarnos a tal o tal grupo de jóvenes en dificultad, sea en una organización de agricultores, de mujeres, de vecinos, cuando lo hacemos, sentimos que se cumple, que es real. Pregunten a la Asociación Vicentina de la Rosa Mística. Pregunten a la gente del movimiento Cálice del Barrio San Rafael. Pregunten a la gente de los comedores. Pregunten a tantos grupos y personas que están haciendo la experiencia: la solidaridad es el camino para fortalecer nuestra fe porque nos abre el corazón. Si nos quedamos sentados y tranquilos, sin abrirnos a los pobres, como dice el Papa Francisco, nuestra Iglesia se muere. La solidaridad o, como se decía tal vez más en otra época, la caridad, está en el centro de nuestra espiritualidad.

Pedro solidario así nos interpela y nos invita. Él estuvo como pastor de una Iglesia donde la solidaridad era el “sistema económico”. Las comunidades “ponían todo en común” y “nadie pasaba necesidad”, gracias a esta solidaridad. Inclusive, ya hace 2000 años, las Iglesias organizaban colectas para ayudar a una que pasaba mal, como fue el caso en Jerusalén donde hubo hambruna y persecuciones. Pablo trabajó mucho por ello. O sea, ya había solidaridad intereclesial, internacional. Y no era nada fácil porque eran gente de culturas, de clases y de experiencias religiosas muy diferentes, grandes distancias, gente pobre.

Una vez, en una reunión de formación de un grupo muy parecido al grupo vicentino de aquí y a estos otros grupos que mencioné, –ese grupo estaba comprometido con niños trabajadores– una señora tuvo esta exclamación: “Estos niños son como nuestros hijos e hijas. Debemos tratarles así como si fueran nuestros propios hijos.” Esto es la solidaridad: esas personas son como nuestros hermanos y hermanas, debemos tratarles como si fueran de nuestra propia familia. Quiere decir que no hay frontera para el amor concreto, no podemos quedar en nuestro circulo familiar, en nuestro pueblo, en nuestra capilla. La solidaridad nos empuja hacia los demás sea lo que sea su raza, su religión, su clase social, su club, su partido, su orientación sexual,... Tuvimos mucho lío recientemente sobre esta cuestión. Pero de alguna manera, la verdadera caridad cristiana siempre tiene un lado escandaloso, cruza las fronteras, sacude el pensamiento que erige muros. Me acuerdo de una iniciativa de una comunidad de profesionales cristianos que visitaba a prostitutas. Me acuerdo de un amigo pa'i que organizaba encuentros para familiares de los presos de su ciudad. Conozco gente que se acerca a los enfermos de SIDA. Pienso en una obra dirigida por profesionales de la psicología y de la educación que se mete en conflictos y guerras, en varios países del mundo, para restaurar a las víctimas de traumas. Pienso en gente de una gran obra a favor de las personas que sufren adicciones. Pienso en varias iniciativas, comunidades, que hacen contacto solidario con niñas y niños que los demás llaman “de la calle”. Pienso en los vecinos que se unen para dar de comer o proveer medicamentos para gente de su barrio.

La solidaridad nos hace ver grande y lejos. Nos abre a la dimensión social y política de nuestra fe. Nos hace mirar la realidad no solamente de las relaciones íntimas y familiares pero también la convivencia ciudadana. Nos descubrimos capaces de participar y aportar, con nuestros valores propios, respetando la pluralidad. Nos hace cuestionar algunas verdades, aparentemente unánimes, indiscutibles y “científicas”, de nuestra sociedad. La solidaridad nos hace mirar como el “más pequeño”, el enfermo, el preso, el hambriento, el exiliado.

La solidaridad nos apremia, como dice San Pablo, “el amor de Dios nos apremia”,nos inquieta, ñande jopy, ñane myangekói, ñande rerahase mombyry. Nos hace salir de nuestro espacio tranquilo y confortable. Nos lleva a una aventura donde no faltan los riesgos ni los problemas, pero donde no falta tampoco la gracia de Dios. A esta renovación nos invita Aparecida. A esta alegría del Evangelio nos invita el Papa Francisco.

Nuestra Pastoral Social está en transición. Tuvimos una época con un proyecto muy visible y personas que trabajaban permanentemente aquí en el obispado, en cuestiones de tierra, de promoción de la mujer, de comunicaciones sociales. Hoy en día, tenemos un proyecto diocesano de estudio de la Doctrina Social de la Iglesia animado por el P. Christian Páiva. Hay también iniciativas más locales. Seguimos teniendo la Pastoral del Niño que necesita mucho refuerzo. Hay parroquias donde la coordinación impulsa iniciativas como ferias, atención a la salud, educación cívica, protección de la tierra y del medio ambiente. Ahora mismo he visto representantes parroquiales que participan en las células de emergencia para organizar la ayuda a los damnificados. Hace falta ser más proyectos locales todavía, con una perspectiva global: desde las comunidades y las zonas contemplar, discernir, ver a dónde nos llama el Espíritu y lanzarnos. La solidaridad es un don y una misión de todas y todos. Ruego esta noche para que, a ejemplo de Pedro solidario, y a ejemplo de proyectos que ya existen acá y en la diócesis, nazcan iniciativas de solidaridad, crezcan, se fortalezcan, sean animadas por un verdadero espíritu de fe, esperanza, y caridad.


lunes, 23 de junio de 2014

Pedro frágil y pecador

Textos: 1Pe 2,21-25; Salmo 51; Lucas 22, 31-34

No es muy bueno hacer psicología con los personajes de la Biblia porque ésta no fue la intención de los autores. Sin embargo es difícil no ver algo del “carácter” de Pedro: ardiente, entusiasta, y al mismo tiempo algo miedoso, cobarde. Supo ver en lo profundo de Jesús y al mismo tiempo quedó muchas veces “corto”. Pedro es un hombre de carne y huesos, un trabajador, un pobre, un gran corazón sensible. Jesús lo eligió a él con todo lo que era. Eligió también a Judas y no era fingido su llamado. Jesús elige a gente-gente, como nosotros. Dios no se queja de nuestra humanidad, ni de nuestros límites, los asume. Él ama más nuestra fragilidad que nosotros mismos. Sigue apostando por nosotros. A nosotros nos toca avanzar con humildad pero también con confianza.

El pecado es otra cosa. Pedro negó a Jesús, lo traicionó, a pesar de la convivencia muy cercana con él, a pesar de la “capacitación” recibida, a pesar de sus declaraciones y promesas supuestamente inquebrantables, a pesar de ser el “primero” entre los apóstoles, a pesar de la advertencia misma que le hizo Jesús. Pedro negó conocerle a Jesús, huyó de la relación y de sus responsabilidades de amigo, cuando más su amigo necesitaba su apoyo.

Es importante ver esto en lo profundo. Pedro fracasó. Pedro falló. Esto es cierto pero esta manera de hablar pone el acento sobre la obra, la tarea, el saber hacer, y el hacer bien las cosas. En esto, todos cometemos “errores” y cometer error, incluso fracasar, no es pecado. El pecado es algo más profundo, algo que afecta la relación, es negarse a la otra persona. Decir: no te conozco. Querer las cosas más que la gente. Querer más nuestro confort que el bien de la otra persona. Negarse a considerar al otro como una persona, un hermano, una hermana, diferente de mí, que me llama a una relación de igual a igual, responsable, libre, abierta. El pecado no es una falta en la tarea. Es una destrucción de la relación.

Como Pedro, hemos sido llamados, formados, enviados, hemos vivido una experiencia de gracia con Dios, hemos crecido, nos hemos liberado, hemos recibido muchísimo. Como Pedro hacemos la experiencia de nuestra fragilidad, nuestros errores, nuestro fracaso, y esto es normal. Lo que es el verdadero escándalo es el pecado: rompemos la relación, preferimos nuestra ventaja a la vida de la otra persona, traicionamos. Y también hacemos esta experiencia, como Pedro. Somos capaces de apertura, de amor, y no amamos, nos encerramos, no somos generosos. Esto nos pesa.

Y debe pesarnos. El mundo moderno tiene mucho miedo a estos sentimientos de culpa, los quiere evitar. “Todo está bien.” “Yo no tengo la culpa.” No estoy hablando de la culpa enfermiza de la gente que se compara todo el tiempo con la perfección y que pide perdón por ser limitada. Todos somos limitados, es nuestra condición humana y no hay por que pedir perdón de nuestra condición. Todos tenemos defectos. No, aquí se trata del auténtico arrepentimiento de la persona que sabe ver que no amó, que se encerró, que traicionó, que fue infiel, que mintió, que se dejó llevar por la ira, el miedo, la pereza, el placer fácil,... que prefirió esto a vivir despierto y disponible para Dios y los demás. Y que lo sabe y lo siente. Este arrepentimiento es una gracia, un don, que no se consigue sin la ayuda de Dios.

Algo más: nuestra propia experiencia de la fragilidad, del fracaso y del pecado, si es que aprendemos a exponernos a la misericordia de Dios, nos hace capaces de convivir con las fragilidades, los fracasos y el pecado ajeno. Sin juzgar, extendiendo la mano para ayudar, acompañar. Nos pasa como en la parábola de Jesús: nos damos cuenta de que se nos remitió una deuda tan grande, ¿cómo vamos a mezquinar por las deudas ajenas?

Esta meditación nos hace mirar la fragilidad y la debilidad dentro de nuestra pastoral. Somos comunidades frágiles. Somos servidores y servidoras frágiles y pecadores. Pa'ikuéra, obispos, nadie puede mirar el partido desde la sección vip, estamos todos en la cancha, en la misma condición. Por esto el llamado a ayudarnos mutuamente a restaurar las relaciones entre nosotros, a fortalecer los dones recibidos, a no dejar el fracaso ni el pecado desesperarnos, aún cuando el daño es muy grande. La fe madura es la que busca ver a las personas como hijas e hijos de Dios, hasta en las peores situaciones, hasta en el escándalo. La fe madura no se escandaliza, cree no más, y renueva su confianza en Dios y en las personas. Pedro, siempre él, una vez preguntó si debemos perdonar hasta siete veces. Conocemos la respuesta de Jesús. Y los apóstoles, luego, exclaman: “¡Señor, aumenta nuestra fe!”

Recuerdo la oración de una señora en una asamblea dominical. Rezó por un violador de niñas. “Señor, ella dijo, me cuesta el alma rezar por ese monstruo. Aumenta mi fe.” Es un ejemplo extremo. Pero todos los días estamos entre gente limitada, gente que falla, gente que peca. Y nosotros mismos somos esta gente. La “opción por los pobres” tiene aquí una de sus raíces: nos encontramos en la pobreza. Somos pobres. Me acuerdo de un amigo sacerdote alcohólico, miembro AA. Le decía que “tenemos que ir a los pobres”. Y él me preguntaba con insistencia: “¿Y vos sos pobre?” Yo daba muchas vueltas, le decía que no, que era un privilegiado, que había recibido mucho. Y me dijo, casi con dureza: “Si vos no descubrís tu pobreza, si no sos un pobre delante de Dios, no te sirve ir a los pobres, no podés.” Como cuando Jesús le dijo a Pedro: “Si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo.”

Por esto nuestra Iglesia no puede hacer una historia gloriosa de puros éxitos. Tenemos que hacer una historia humilde de nuestra evangelización, de nuestra pastoral, de nuestra vida como pueblo cristiano. Recibimos mucho, hacemos mucho, también pecamos mucho, debemos reconocer que no estamos abiertos a la plena medida del amor que recibimos. Es así. Al final, lo que nos “salva” es la fe en que Dios redime nuestra historia, acompaña nuestros esfuerzos, y se revela a través de nuestro testimonio poco transparente.

Esta noche también recemos por la Pastoral Carcelaria. Los hombres y las mujeres que están en prisión son nuestros hermanos y hermanas. Recemos para que haya más gente, consciente de su fragilidad y pecado, consciente sobre todo del amor restaurador de Dios, que se anime a manifestar concretamente esta fraternidad.

domingo, 22 de junio de 2014

Pedro hermano y padre

Textos de la Solemnidad de Corpus Christi: Dt 8,2-3.14b-16a; Salmo 147,12-13.14-15.19-20; 1Co 10,16-17; Jn 6,51-58

Jesús es el Pan de Vida. Da sentido, ofrece razones de vivir, valores, horizonte. Vivió, habló, actuó, murió,... de una manera tan especial, tan profunda. Su vida nuestro Pan, nuestro alimento. El nos inspira. No nos da energía, valor, coraje. Él nos da fuerza.

Jesús no produjo, él mismo, cambios económicos, científicos, políticos. Jesús no produjo nada: no inventó, no elabora un nuevo pensamiento político, no escribió, no construyó (a no ser algunas cosas de carpintero). No nos alimenta por lo que produce o habría producido. Él fue un hombre que “pasó haciendo el bien”, en un pequeño país, grande como nuestro departamento. Enseño, sí, habló, tocó la vida de varias personas, tenía un don para sanar, sabía contar e inspirar. Era un hombre de oración. Hizo gestos que tocaron mucho: sanar a leprosos, perdonar los pecados, refutar a las autoridades de la Ley. O sea, tocó algunos símbolos de la religión y de la sociedad y esto fue poderoso. A algunos les trajo una gran liberación. A otros una gran furia asesina.

La vida de Jesús fue fecunda. Él sembró algo. Él es el grano de trigo que muere y, muriendo, brota, crece, fructifica. La vida de Jesús no es una producción directa de bienes, de ideas, de riquezas. Si nos quedamos así, bueno, haremos un balance –unas parábolas, unas sanaciones, un grupito de seguidores, unos enfrentamientos con las autoridades– que quedará corto. La vida de Jesús es mucho más que todo esto, es un brote fecundo de vida. Estaba tan lleno de amor por el prójimo, sabía tanto ver a cada persona como hijo e hija de Dios, vivía tanto en la intimidad de Dios que llamaba “Abbá”, “Papito”, que ni la muerte pudo con su testimonio. Dios dijo: este es mi Hijo. Este es mi herencia. Este soy yo. Y cambio la historia.

Así también los santos y santas. Así san Pedro. Hoy le rezamos y le llamamos “padre”. Él, como Jesús, es nuestro hermano en la aventura de la vida. Meditamos su vida y su fe, su trayectoria, sus dudas, sus trabajos, todo nos inspira, nos alimenta. Podemos identificarnos a él. Y él nos hace ver a Jesús, y Jesús nos hace ver al Padre. Jesús es la Viña; Pedro, los discípulos, el gran pueblo de los santos y santas, nosotros la Iglesia, somos los sarmientos. Todos/as invitados/as a dar fruto.

Esto habla de nuestro papel de educadores en la familia y en todos los espacios posibles, en las instituciones más especializadas como en la calle. Educar, visto a la luz de Jesús y de los santos y santas, es ser plenamente hombres y mujeres, ser personas crecidas, entregadas,... y nada más. Un árbol bueno produce frutos buenos. Por supuesto las técnicas y los contenidos son también importantes, pero nuestra presencia es más importante todavía. Al respecto, Pedro nos deja una herencia más. Tiene su manera propia de ser fecundo: Pedro es líder. Pedro toma la palabra. Pedro pregunta. Pedro manifiesta sus sentimientos, sus inquietudes, sus reproches, sus entusiasmos. Jesús a veces lo felicita, a veces lo reprende. Pero Pedro no deja de ser activo y de tomar iniciativas y, así, de ayudar a todo el grupo de los discípulos a seguir a Jesús.

Tal vez esto es la definición del liderazgo: ante una situación, ante un llamado, ante una persona, ante Dios, no puedo sino responder y adelantarme, llevando conmigo a quienes me rodean. Escuché una vez a un profesional que hablaba de su “herencia cristiana”, de lo que había recibido a través de todas las formaciones que había hecho en la Pastoral de Juventud, en donde le había tocado crecer como cristiano y decía esto: ahora no puedo no responder. En otras palabras: ndaikatúi añembotavy!

Creo que nosotros, aquí en San Pedro, heredamos este rasgo de Pedro. Somos llamados a ser líderes. Es el don y la misi[on que recibimos. Ya podemos ver en la historia de nuestra diócesis, en la opción por los servicios laicales, por las comunidades con sus servidores, por las muchas personas que hoy activan en la sociedad, la economía, la política, y se formaron en la Iglesia. Es una parte de nuestro carisma de diócesis: tomar la iniciativa, activar, ser líderes. Esto no quiere decir ser jefes, más bien mover, responder, buscar colaboraciones, ver a las personas, las situaciones, saber poner objetivos y alcanzarlos.

Tomando consciencia de esta herencia y este llamado, podemos hacerlo más eficaz, más concreto, más real. Sueño: una formación humana profunda, en Iglesia, abierta a lo social, donde aprendamos a vivir juntos, a vernos, a ayudarnos, a elaborar proyectos de transformación social, a colaborar, a despertar los talentos de todos/as y cada uno/a. Esta sería nuestra contribución política: personas más sólidas en sí mismas, más abiertas a los demás, más capaces de trabajar en equipos, más ágiles para ver la sociedad y elaborar proyectos factibles, sostenibles, que traen una verdadera y profunda liberación.

Dios nos llama a ser hermanos y hermanas. Dios nos llama a ser madres y padres. Dios nos llama a ser fecundas y fecundos, a dar vida. Dios, aquí en San Pedro, por la intercesión de San Pedro, nos llama a ser líderes.

sábado, 21 de junio de 2014

Pedro contemplativo

Textos: Hechos 10,9-33; Salmo 131; Marcos 9,2-10

En la lectura de los Hechos de los Apóstoles, Pedro tiene una visión que da un nuevo sentido a las Escrituras y marca un nuevo rumbo de su religión judía a la luz del Evangelio de Jesucristo. Luego tiene una experiencia concreta de encuentro con un grupo de Romanos y lo que vio en su visión toma sentido en la realidad concreta. Puede actuar con determinación y acoger a este grupo porque ya contempló el proyecto de Dios. El Evangelio es otras escena donde Pedro contempla la vocación Jesús en la Transfiguración. Vive su amistad con Jesús y, con el círculo más íntimo de discípulos, es testigo de su elección por el Padre, también de su misión, de la importancia de su testimonio. Se da cuenta, sin tanto entender, de qué clase de persona es Jesús.

Contemplar es ver a la realidad en lo profundo. La tradición nuestra habla de la contemplación como de una forma de oración, ver a Dios en lo profundo. El Papa Francisco habla de la importancia de contemplar también al pueblo, a la gente, desarrollar una capacidad de ver, en lo profundo, la belleza de las personas, nos invita a sentirnos en casa, felices, “haciendo pueblo”. Esto nos lleva a la acción de gracias, también a ver el rumbo, a dónde ir como personas, como comunidades.

Contemplar se dice mucho también hablando de la naturaleza. Hoy en día es más importante que nunca. Acá en San Pedro tenemos una larga tradición de esto habiendo sido marcados por la evangelización fransciscana. Somos un pueblo campesino, rural. Saber ver y contemplar la tierra, el bosque, la fauna, los ríos, el cielo, el clima... es una cuestión de supervivencia en este tiempo de violentos ataques contra el medio ambiente.  Muchos quieren reducir la naturaleza a un mero instrumento para ganar dinero.  No contemplan, no ven en lo profundo. Se dice que el Paraguayo, la Paraguaya, es “naturalmente” contemplativo/a, muy observador/a, sensible. ¡Cuántas veces escuché la gente contar las bellezas que ve en el camino! Es más que un sentido de observación calculador. Es una mirada admiradora en busca de la belleza del mundo.

La contemplación es una apertura radical al misterio: de Dios, de las personas, de todo lo creado. Misterio quiere decir que hay mucho por descubrir, que conviene tener una actitud de respeto, de mirada silenciosa, de escucha, de expectativa, dejarse tocar por la novedad permanente que está en todo lo creado. La contemplación lleva a la acción. Cuando logramos “ver en lo profundo”, ver con los ojos de Jesús, también queremos actuar, comprometernos, acercanos, amar.

Necesitamos contemplativos y contemplativas. De los que miran tanto a Dios como a las personas, como a todo lo creado. De los que participan en un proyecto social. De los que ven personas y no solo necesidades. De los que ven lo humano en toda su dignidad. Su contemplación anima a los demás porque esta manera de ver muestra la grandeza y la belleza de las personas. También es un discernimiento: mirando en lo profundo, sentimos cómo comprometernos concretamente. Necesitamos análisis social, necesitamos investigación, necesitamos los medios de comunicación, necesitamos escuchar los gemidos y gritos del mundo, pero si no sabemos interiorizar, depositar todo delante de Dios, en paz, si no sabemos ver en lo más profundo, nos costará mucho descubrir el compromiso realmente importante, la acción justa, la contribución que corresponde tanto a lo que somos como a lo que la situación, las personas, la realidad nos pide. Esto se llama sabiduría.

La contemplación es un don, también se aprende haciendo la experiencia. Necesitamos un centro para esto en San Pedro. Es un sueño y un proyecto. Un centro de retiros, de oración, de reflexión “en lo profundo”. Necesitamos personas que se dediquen al acompañamiento espiritual, que sepan ayudar a otras/os a contemplar y a descubrir, cada uno, cada una, su propio camino de discípulo/a, de hija, de hijo. Necesitamos pedagogías, procesos para ayudarnos a contemplar. Esto pasa por la interioridad, la libertad, algo de silencio y de soledad. No se hace en el ruido. Tengo muchas reservas con algunos tipos de retiros muy agitados, que no conducen a la verdadera contemplación. No conducen a la escucha. Llevan a un tipo de “mbarete” espiritual muy seguro de sí mismo, que lo sabe todo, que no escucha.

Necesitamos una espiritualidad “integrada”. Si es la misma actitud contemplativa que nos lleva a Dios y a las personas y a todo lo creado, entonces no podemos, a la hora del compromiso, separar: la fe y la “dimensión humana”, la espiritualidad y lo social.  La espiritualidad no es un cajón separado de nuestro armario. Es toda nuestra vida, con todas las otras dimensiones, juntas: la sociedad, la política, la vida económica, la ciencia, el arte.

Tal vez, para concluir, debemos hacer un espacio especial para el arte. Necesitamos más expresión artística en nuestra Iglesia. El arte nos ayuda a “integrar”, a contemplar, a ver todo en lo más profundo y a expresar esto que vemos en una forma gratuita, bella. Quiero saludar y animar a todas las personas que se dedican al arte, música, artes gráficos, teatro, literatura, cine, poesía, arquitectura, danza,... todo: ayúdennos a ver la realidad en lo profundo, a contemplar.

viernes, 20 de junio de 2014

Pedro discípulo


Textos: Hechos de los Apóstoles 4,13-21.23-24; Salmo 15; Juan 13,1-15

Pedro no es solamente “un” discípulo sino que es “el” discípulo. Los Evangelios lo presentan como el modelo o, al menos, el representante de los demás discípulos. Él hace lo que hace un discípulo: sigue al maestro, escucha su enseñanzas, ayuda para el “curso” (proporcionando su barca), pregunta, comparte. Lo vemos sobre todo viviendo, digamos así, el “dolor” de querer entenderlo a Jesús. Es él que cuando Jesús habla de “tomar su cruz”, dice: “Nosotros lo hemos dejado todo...” y Jesús le contesta sobre la recompensa de los discípulos: cien por uno, con persecuciones. Es Pedro otra vez, después de confesar su fe (“Tu eres el Mesías”) quien regaña a Jesús que anuncia la Pasión. Y Jesús le contesta tratándolo de “Satanás”. Es Pedro quien quiere caminar sobre las aguas tormentosas y tiene miedo y se hunde, a quien Jesús reprocha: “¿Porqué dudaste?” En el lavado de los pies, Pedro resiste: “Tú, lavarme los pies a mi, ¡jamás!” Y Jesús le contesta: “Entonces no tienes nada que ver conmigo.” Otra vez es Pedro que dice: “Nunca te abandonaré.” Y Jesús le contesta: “Antes que cante el gallo, me harás negado tres veces.” Es Pedro que se duerme en el jardín de Getsemaní, que niega en el patio del palacio del Sumo Sacerdote, que capta la mirada de Jesús preso, y llora amargamente. Después de la resurrección, cuando Pedro repite tres veces a Jesús que le quiere, él le anuncia: “Antes hacías las cosas por ti mismo y a tu manera, pero ahora otro te llevará a dónde no quieres.”

Son diálogos fuertes, tensos, llenos de contradicción. Pedro hace lo mejor, procura, se entusiasma y luego choca contra la vida de Jesús que no corresponde a sus estructuras. Jesús le saca de su carril. Pedro es “triturado”, molido, transformado. Entra en contacto con una realidad que le sobrepasa pero que, según Jesús, sí, él puede sentir, vivir, experimentar. Pedro se encuentra con el Dios de Jesús, el Dios que “lava los pies” y esto es lo último, lo imposible, lo jamás oído ni visto. ¿Un Dios que hace el trabajo de un esclavo? ¿Un Dios pobre? ¿Un Dios que sirve? ¿Que me sirve a mí? ¿Un Dios sin jerarquía? Es intolerable, escandaloso.

Esto es la esencia de ser discípulo, discípula. Es exponerse a esta revelación y ser molidos, transformados, tocados en lo más íntimo. Es ser escandalizados. No puede ser de otra forma. La Biblia decía que nadie puede ver a Dios sin morir. Por esto Moisés es tan grande: vio a Dios y no murió. Hablaba con Él, vivía en su intimidad. Pero al pueblo le costó seguir a Moisés. Lo mismo con Jesús. Es el hijo de su Padre. Vive en el corazón de Dios. Nadie puede acercarse a Él sin ser movido, sacudido, transformado, escandalizado, nadie puede acercarse a él sin morir.

Nosotros, hoy, que queremos ser discípulas y discípulos, no podemos reducir el discipulado candente sólo a unas prácticas rituales, a unas doctrinas que aprender, o a unos cursillos, charlas, capacitaciones, retiros, trabajos, reglas, etc. Es imposible. Ser discípulo/a es dejarse quemar, exponer al Amor y confiar en Él. Estamos llamadas/os a vivir un proceso en el que no quedaremos iguales. Saldremos cambiados. Esto es ser discípulos y discípulas.

San Juan dice: “¿Cómo podés decir que amas a Dios que no ves si no amas a tu hermano que ves?” No podemos ver a Dios sino vemos al hermano, especialmente al pobre. Dios es invisible y se identifica con los que nuestra sociedad considera como invisibles, los que se quiere esconder, los que no cuentan en la jerarquía. Los pobres, los humildes son el sacramento de Dios. Y esta es la historia de los discípulos en el Evangelio: les cuesta mucho dar la vuelta a su mentalidad. Con el Dios de Jesús, no se gana título, no se acumula riqueza, no se tiene poder para arrebatar a los contrarios, no se puede dominar, ni se consigue fama. Sólo se crece, con todos los hermanos y hermanas, sin distinciones, como hijos e hijas de un mismo Padre. Con el Dios de Jesús, se descubre el Dios pobre que se acerca humildemente para servir. Y nos invita a ser como Él: pobres, humildes, servidores, abiertos, santos.

Continuo mi sueño expresado ayer: Sueño con grupos de catequesis, para adultos, que tomen en serio esto del discipulado. Que sean más prácticos que teóricos, que compartan su búsqueda en pequeñas comunidades. Ya hay algunos movimientos que se dedican a esto pero lo debemos asumir más en nuestra misión pastoral de Iglesia diocesana. ¿Porqué tanto esfuerzos con los niños y después nada para acompañar la fe adulta? Sé muy bien que no es uno u otro sino atender tanto la niñez como a la juventud, como a todas las edades de la vida. Ser discípulos/as de Cristo nos compromete a una “formación permanente” que es mucho más que quedar sentados escuchando charlas. Es vivir lo que vivió Pedro, con Jesús, en la práctica. Hacer preguntas como él hizo. Sorprender y asustarnos como él. Dejar que Jesús nos diga cosas nuevas que nos sacudan. Hacer proyectos de misión, de comunidad, de servicio, de cruzar fronteras y echar muros de división, mojar la camiseta y, en el proceso, en los logros y los errores, aprender quién es Jesús y el amor que anuncia.

Quiero saludar una importante iniciativa de la Pastoral de los Laicos. Estamos buscando hacer un “retiro espiritual sampedrano” para que nuestras parroquias y pastorales tengan esta herramienta de formación y de integración. Mucho de lo que estamos meditando durante esta novena servirá para este retiro. Ya está programado para un grupo de laicos a finales de julio. Luego lo viviremos con toda la asamblea diocesana, en octubre. Y después les tocará a las zonas, las comunidades de pedirlo y organizarlo. Queremos que se difunda y sirva para una gran renovación. Pero tampoco aquí nos podemos engañar: un retiro no da ningún título. Siempre se tratará de acercarnos al Dios vivo que nos espera con un amor tremendo y transformador. Ser discípulos/as es dejarle transformarnos a imagen de Jesús y pasar por un proceso muy parecido al de Pedro. Él ahora nos acompaña con su oración.

jueves, 19 de junio de 2014

Pedro llamado

Primer día de la novena a San Pedro
Textos: 2Pe 1,3-11; Salmo 139; Juan 1,35-51

En el evangelio de Lucas, Jesús llamó a Pedro en su lugar de trabajo, la pesca, la barca, el negocio familiar. Hizo un signo: una pesca milagrosa. Aquí tenemos otro relato, el de Juan, y Pedro encuentra a Jesús a través de la red de amigos. En seguida, Jesús lo destaca y lo llama, le cambia el nombre. En su propia carta, nos habla de qué quiere decir ser llamado: recibir abundantes gracias. Nos invita a responder con un “sí” decidido, firme, comprometido.

Ser llamado. Por ahí todo empieza. Alguien grita tu nombre en la muchedumbre. Alguien te “llama” por teléfono o golpea a tu puerta. Alguien dice tu nombre para saber si estás ahí. Eres invitado/a en un concurso, a un trabajo, a una misión. Ser llamado/a es ser:
  • Elegido/a: alguien te conoce y te reconoce. Alguien vota por ti. Te tiene confianza, se juega por vos. “Dios te llama” tiene todos estos significados: Dios te conoce y te reconoce. Dios te tiene confianza. Se juega por ti.
  • Amada/o. A un nivel aún más profundo, ser llamada/o quiere decir que alguien te destacó, vio tu diferencia y la desea. No sos una réplica dentro de una tropa. Sos una persona única y hermosa. Quien te llamó quiere servir esta belleza única tuya. Eres importante.
  • Invitado/a. A una celebración, a una fiesta, a una boda, a un acontecimiento feliz. A una convivencia, a compartir la presencia del que llamó. También a un crecimiento. A un cambio, una conversión, que puede ser dolorosa pero que tiene un sentido de liberación, de plenitud. Estás invitado a vivir y vivir en abundancia (Juan 10,10).
  • Enviado/a. Llamado tiene la idea de oficio, de trabajar, de servir, de participar en una obra, en colaboración con otras/os. Cuando se te llama, se te confía también una responsabilidad. Alguien se juega por vos para que ahora te juegues por un proyecto, por otras personas, por este mismo que te llamó.
Así va con Pedro. Parece que Jesús le ve más que él a si mismo. Reconoce en él un “algo”, le hace el Pedro, la Piedra. Le hace pescador de hombres. Le muestra una confianza que, parece, él no tiene por sí mismo. Es invitado a profundizar el sentido de su propio nombre, como nosotros ahora, sampedranos, miembros de la diócesis de San Pedro Apóstol. Con Pedro somos invitados/as a “estar con él”, en la amistad, y a entrar en su proyecto.

Así empieza la vida cristiana, por el llamado de Dios, en Jesucristo. Sorpresivamente. De la nada. Gratuitamente. No porque somos buenos o mejores. No porque sabemos más. Solamente porque él nos elige, nos conoce, nos ama, nos invita. Y la pregunta ¿porqué? ¿porqué a mí? no sirve. Buscar la razón o la explicación quita la fuerza del llamado. Es como si buscara entrar “en la mente de Dios”, para controlar, para explicar, para ver si no tiene una razón un poco interesada y egoísta.  Buscar el "porqué" nos hace seguir iguales como antes, protegidos del amor, sin abrirnos a la novedad de una convivencia con Jesús que se inicia en el llamado. ¿Porqué Dios eligió a Pedro? ¿Porqué a Moisés, a María, a Pablo, a un pueblo inmenso de gente, cada uno/a por su nombre? Esta pregunta no sirve. Dios eligió no más. Y las respuestas a este ¿porqué? (por que soy bueno/a, por que rezo, por que soy católico, por que puedo trabajar) sirven menos. Son también una manera de no abrirse a la relación. Lo que sí sirve es darse cuenta de este llamado, de esta elección, de esta confianza, de este amor, de esta invitación... y aceptar ser llamado/a, elegido/a, amada/o, invitada/o. Luego, una vida nueva comienza.

El llamado es para todos y todas. No solamente para pa'i, hermanas y “gente especial”. No es sólo para jóvenes que están eligiendo su carrera o comenzando su familia. A todas la edades, en todas las condiciones, en todos los ámbitos, hasta en la enfermedad, la muerte, la desgracia, hasta en los errores y en el pecado, Dios llama, Dios elige, ofrece su amor, invita. ¡Qué diferencia se vería si nosotras/os viviéramos nuestras vidas como llamados, como vocaciones, como respuesta al amor de Dios! Todo sería distinto. ¡Qué diferencia si dejáramos de preguntar: “¿Porqué a mí? ¿Porqué de esta manera?” tanto en las cosas felices como en las dificultades, si en vez de explicar y discutir, hiciéramos como Pedro, dejar las redes y la barca, y seguir a Jesús. Esto no quiere decir que no tengamos que preguntar y buscar sentido. Simplemente significa que todo lo que vivimos es una oportunidad para escuchar el llamado de Dios. Él pasa, como pasó aquella vez por la playa del lago y encontró a Pedro, pasa en nuestras vidas, en todo lo que experimentamos. Su llamado nos alcanza por la red de amigos, por la comunidad del barrio, por alguien en nuestra familia, por un programa de radio, por alguien que da su testimonio...

Sueño: personas y comunidades que descubren su llamado único e irrepetible, que saben en lo profundo que Dios les elige y les tiene confianza. Sueño: grupos de trabajadores y profesionales que compartan sobre cómo viven el llamado. Grupos de madres y padres que reflexionen sobre cómo la fe en Jesús transforma su manera de relacionarse en la familia. Comunidades que abran espacios para compartir las gracias recibidas y los llamados sentidos. No para buscar el porqué sino para compartir, sencillamente. ¿Qué significa ser agricultor hoy? ¿Cómo lo vivimos? ¿Cómo soy empleado público y cristiano? ¿Comerciante? ¿Comprometido en la salud? ¿Qué llamado –es decir qué gracia y qué tarea – el Señor hace a los/as educadoras/es? ¿A los políticos? ¿A los servidores de la Iglesia? Todas y todos somos llamadas/os e invitadas/os a vivir nuestra vida como una vocación.

domingo, 15 de junio de 2014

Con San Pedro, ¡mar adentro!


Hoy en este día de la Santísima Trinidad quiero anunciar el programa de la novena de nuestra fiesta patronal que se iniciará el próximo jueves 19 de junio. Respondí al desafío del P. Celso que sugirió que hagamos una catequesis continua. Nuestra diócesis busca fortalecer su espiritualidad, motivar y alentar los servidores y las servidoras en la ejecución de su Plan. Por esto pensamos, durante esta próxima novena, desarrollar un material propio, diferente del que se usa en todo el país, concluyendo el Año de la Familia. Este tema de la familia permanecerá en nuestra oración, pero vamos a intentar hacer una reflexión distinta donde buscaremos los rasgos de nuestra identidad eclesial sampedrana.

Propongo el lema: Con San Pedro, ¡mar adentro! San Pedro ndive, jaha ha jahecha mombyry.

Este lema se refiere a uno de los muchos textos bíblicos donde aparece Pedro, aquí en el evangelio de Lucas: la pesca milagrosa, cuando Jesús propuso a los pescadores ir “mar adentro”, ir en lo más profundo, aventurarse fuera de su zona habitual de pesca y de trabajo. Este lema esta en resonancia con la fiesta de hoy: la Santísima Trinidad es un dogma que se elaboró intentando expresar la vida íntima de Dios, la fe en el Padre de Nuestro Señor Jesucristo que nos comunica el Espíritu Santo. Un solo Dios en tres Personas. Es una fórmula, palabras un poco extrañas, que no son tanto de nuestra cultura, que probablemente en otros tiempos fueron atrevidas y audaces. Hoy las recibimos para meditar, rumiar, profundizar y descubrir el corazón de Dios.

Nuestro pueblo, la feligresía de la diócesis de San Pedro, está sediento de profundizar su fe. De todos lados escuchamos el pedido de “más capacitación”, charlas, retiros. Hay inquietud ante los debates con las otras religiones y con la cultura moderna. También mucha gente se cuestiona ante el escándalo y la diversidad de opiniones y estilos dentro de nuestra misma Iglesia. Lastimosamente estos factores generan muy a menudo una reacción defensiva: queremos fórmulas seguras, queremos respuestas que le hagan callar a los detractores, queremos poder organizar nuestra vida sin tantas inquietudes ni problemas, y ¡queremos todo esto rápido!

Sabemos muy bien que no será así. Ir “mar adentro” es justamente arriesgarnos, explorar, abrirnos. Dejar que nuestra búsqueda nos lleve a un Dios que nos sorprende. Es permanecer despiertos y activos, con todas nuestras capacidades humanas, buscando la integración plena en el amor, y en la verdad. No tenemos miedo a la verdad. Ni al amor.

Entonces, la propuesta para esta novena 2014 de la fiesta patronal de San Pedro, es “con Pedro, ¡mar adentro!” A ver si logramos mirar juntos qué nos toca profundizar para ser personas y comunidades más completas, más abiertas, más integradas, para ser una Iglesia más unida, con una identidad más arraigada en su fe, en su esperanza, y en su práctica de la caridad. No queremos eslóganes, no queremos fanatismos, no queremos ser todos iguales. Pero queremos sentir el “espíritu”, el “carisma” que nos une.

Durante 11 días, vamos a meditar sobre la figura de Pedro. Les doy los títulos de cada día:
1. Pedro llamado
2. Pedro discípulo
3. Pedro contemplativo
4. Pedro hermano y padre
5. Pedro frágil y pecador
6. Pedro solidario
7. Pedro comunitario
8. Pedro administrador
9. Pedro misionero
10. Pedro movido por el Espíritu
11. Pedro Apóstol

A través de estos temas intentaremos reflexionar sobre nuestra propia vocación, nuestra condición de discípulos/as, nuestra vida interior, nuestras paternidades y maternidades, nuestra fragilidad y condición de pecadores, el llamado a la solidaridad, la vida comunitaria, nuestra administración de los bienes espirituales y temporales, nuestra misión, nuestro carisma, nuestro apostolado...

San Pedro está con nosotros. Intercede por nosotros. Nos da su testimonio, su ejemplo, nos deja como un programa para ser discípulos/as de Jesús. Hijas/os del Padre. Movidos/as por el Espíritu.

sábado, 14 de junio de 2014

Feibu


Hasta ahora me quedé lejos del "facebook".  Gracias a un taller sobre las comunicaciones que tuvimos hace un poco más de un mes en Concepción, entendí la necesidad de usar este medio para comunicar con la gente de San Pedro, y más allá.  Estoy en "Obispo de San Pedro".

A partir de mañana, y sobre todo durante la novena de San Pedro, del 19 al 29 de este mes, un comunicado nuevo todos los días (ya pido disculpas porque va a ser un poco larguito).

jueves, 12 de junio de 2014

Asamblea

Estos dos últimos días estuvimos en Capiibary, unos 50 participantes de todas las parroquias de la diócesis.  Hicimos el balance del maratón: además de la gracia de la participación y de la solidaridad vividas con generosidad y alegría, ¡juntamos más de 200 millones!  También acordamos un proyecto de un retiro a elaborar, celebrar y difundir en toda la diócesis para todos y todas, especialmente para nuestros servidores y servidoras.