Textos de la Solemnidad de Corpus Christi: Dt
8,2-3.14b-16a;
Salmo 147,12-13.14-15.19-20; 1Co 10,16-17; Jn 6,51-58
Jesús es el Pan de Vida. Da sentido,
ofrece razones de vivir, valores, horizonte. Vivió, habló, actuó,
murió,... de una manera tan especial, tan profunda. Su vida nuestro Pan, nuestro alimento. El nos inspira. No nos da energía,
valor, coraje. Él nos da fuerza.
Jesús no produjo, él mismo, cambios
económicos, científicos, políticos. Jesús no produjo nada: no
inventó, no elabora un nuevo pensamiento político, no escribió, no
construyó (a no ser algunas cosas de carpintero). No nos alimenta
por lo que produce o habría producido. Él fue un hombre que “pasó
haciendo el bien”, en un pequeño país, grande como nuestro
departamento. Enseño, sí, habló, tocó la vida de varias
personas, tenía un don para sanar, sabía contar e inspirar. Era un
hombre de oración. Hizo gestos que tocaron mucho: sanar a leprosos,
perdonar los pecados, refutar a las autoridades de la Ley. O sea,
tocó algunos símbolos de la religión y de la sociedad y esto fue
poderoso. A algunos les trajo una gran liberación. A otros una
gran furia asesina.
La vida de Jesús fue fecunda. Él
sembró algo. Él es el grano de trigo que muere y, muriendo, brota,
crece, fructifica. La vida de Jesús no es una producción directa
de bienes, de ideas, de riquezas. Si nos quedamos así, bueno,
haremos un balance –unas parábolas, unas sanaciones, un grupito de
seguidores, unos enfrentamientos con las autoridades– que quedará
corto. La vida de Jesús es mucho más que todo esto, es un brote
fecundo de vida. Estaba tan lleno de amor por el prójimo, sabía
tanto ver a cada persona como hijo e hija de Dios, vivía tanto en la
intimidad de Dios que llamaba “Abbá”, “Papito”, que ni la
muerte pudo con su testimonio. Dios dijo: este es mi Hijo. Este es
mi herencia. Este soy yo. Y cambio la historia.
Así también los santos y santas. Así
san Pedro. Hoy le rezamos y le llamamos “padre”. Él, como
Jesús, es nuestro hermano en la aventura de la vida. Meditamos su
vida y su fe, su trayectoria, sus dudas, sus trabajos, todo nos
inspira, nos alimenta. Podemos identificarnos a él. Y él nos hace
ver a Jesús, y Jesús nos hace ver al Padre. Jesús es la Viña;
Pedro, los discípulos, el gran pueblo de los santos y santas,
nosotros la Iglesia, somos los sarmientos. Todos/as invitados/as a
dar fruto.
Esto habla de nuestro papel de
educadores en la familia y en todos los espacios posibles, en las
instituciones más especializadas como en la calle. Educar, visto a
la luz de Jesús y de los santos y santas, es ser plenamente hombres
y mujeres, ser personas crecidas, entregadas,... y nada más. Un
árbol bueno produce frutos buenos. Por supuesto las técnicas y los
contenidos son también importantes, pero nuestra presencia es más
importante todavía. Al respecto, Pedro nos deja una herencia más.
Tiene su manera propia de ser fecundo: Pedro es líder. Pedro toma
la palabra. Pedro pregunta. Pedro manifiesta sus sentimientos, sus
inquietudes, sus reproches, sus entusiasmos. Jesús a veces lo
felicita, a veces lo reprende. Pero Pedro no deja de ser activo y de
tomar iniciativas y, así, de ayudar a todo el grupo de los
discípulos a seguir a Jesús.
Tal vez esto es la definición del
liderazgo: ante una situación, ante un llamado, ante una persona,
ante Dios, no puedo sino responder y adelantarme, llevando conmigo a
quienes me rodean. Escuché una vez a un profesional que hablaba de
su “herencia cristiana”, de lo que había recibido a través de
todas las formaciones que había hecho en la Pastoral de Juventud, en
donde le había tocado crecer como cristiano y decía esto: ahora no
puedo no responder. En otras palabras: ndaikatúi añembotavy!
Creo que nosotros, aquí en San Pedro,
heredamos este rasgo de Pedro. Somos llamados a ser líderes. Es el don y la misi[on que recibimos. Ya
podemos ver en la historia de nuestra diócesis, en la opción por
los servicios laicales, por las comunidades con sus servidores, por
las muchas personas que hoy activan en la sociedad, la economía, la
política, y se formaron en la Iglesia. Es una parte de nuestro
carisma de diócesis: tomar la iniciativa, activar, ser líderes.
Esto no quiere decir ser jefes, más bien mover, responder, buscar
colaboraciones, ver a las personas, las situaciones, saber poner
objetivos y alcanzarlos.
Tomando consciencia de esta herencia y
este llamado, podemos hacerlo más eficaz, más concreto,
más real. Sueño: una formación humana profunda, en Iglesia, abierta a lo
social, donde aprendamos a vivir juntos, a vernos, a ayudarnos, a
elaborar proyectos de transformación social, a colaborar, a
despertar los talentos de todos/as y cada uno/a. Esta sería nuestra
contribución política: personas más sólidas en sí mismas, más
abiertas a los demás, más capaces de trabajar en equipos, más
ágiles para ver la sociedad y elaborar proyectos factibles,
sostenibles, que traen una verdadera y profunda liberación.
Dios nos llama a ser hermanos y
hermanas. Dios nos llama a ser madres y padres. Dios nos llama a
ser fecundas y fecundos, a dar vida. Dios, aquí en San Pedro, por
la intercesión de San Pedro, nos llama a ser líderes.
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