Textos: Hechos
2,42-47; Mateo 14,13-21
Este texto de los Hechos de los
Apóstoles describe la comunidad de los primeros cristianos y parece
todo muy lindo. Lucas, tanto en el Evangelio como en el libro de los
Hechos de los Apóstoles, tiene esta forma de hablar siempre de
unidad, de comunión, aunque tampoco puede esconder que no era
siempre fácil. Este texto es un “sumario” de la vida
comunitaria. Los creyentes comparten todo: los dones del Espíritu
Santo, la oración, la formación, los bienes. “Administran” la
gracia de Dios recibida, para usar el término de la Carta de Pedro
que leímos ayer.
Pedro, estando al frente de la
comunidad, sabía de administración, y justamente en este sentido
amplio: disfrutar, renovar, compartir, repartir todas las riquezas
recibidas por la gracia de Dios.
Acabamos de vivir una experiencia
fuerte al respecto: el maratón, la gran colecta que celebramos el pasado 5 de junio,
aniversario del nacimiento de nuestra diócesis. Sabemos todos el
resultado, la cifra, y este dinero se está destinando enteramente a
la formación de los seminaristas. Pero ese día, hubo mucho más que
dinero recogido. En todos los lugares se sintió un ambiente de fiesta, una alegría
inmensa. Las comunidades y las personas más humildes trajeron sus
aportes con orgullo. Nos sentimos unidos como una gran familia. Le
decía al pa'i Pérez: me parece que nuestro pueblo ya estaba
esperando una iniciativa como ésta, y sabía antes que nosotros que
iba a salir muy bien, quería ya participar de esta forma y mostrar
de qué generosidad es capaz.
De esto se trata, en todos los aspectos
de la vida eclesial: participar de la misión de Cristo. Cuando
estamos en la celebración dominical, cuando damos nuestro tiempo en
un oficio, cuando nos formamos para solidificar nuestra fe, cuando
celebramos los sacramentos, cuando aportamos recursos económicos,
cuando inventamos nuevas iniciativas misioneras, en todo,
participamos de la misión de Cristo y somos administradores de la
gracia de Dios. Y más aún: cuando estamos activando en la vida
social, cuando somos voluntarios en el deporte o la comisión
vecinal, cuando votamos, cuando aportamos para los damnificados,
cuando nos esforzamos por vivir relaciones de justicia, de respeto,
de promoción de los demás, cuando nos dedicamos a crear un ambiente
familiar propicio al crecimiento,... participamos en la misión de
Cristo y somos administradores de la gracia de Dios. En todo.
Entre todas esas actividades, no
tenemos porque tener vergüenza del tema económico. No es un tema
sucio. Ni mucho menos cuando se vive siguiendo el modelo de la
primera comunidad. Ahí todo se compartía, y todo se manejaba de
manera transparente. En el mismo libro de los Hechos de los
Apóstoles, hay historias de “mal manejo” donde algunos se
quieren lucrar con los dones de Dios. En uno de los casos,
una pareja quiere figurar bien y miente sobre el precio de su aporte,
Pedro denuncia con fuerza: ¡mintieron al Espíritu Santo! ¡Los dos
se caen muertos! (5,1-11) En lo económico como en lo sacramental,
en la misión como en oración, en la solidaridad como en la
formación, en todo se espera de nosotros un manejo sencillo,
humilde, abierto, generoso, preocupado por el mayor bien de los
demás, la gloria de Dios y el amor al hermano, la hermana.
Cuando así vivimos, todo se
multiplica, no falta nada, sobra todo. Esta es la historia del
evangelio de la multiplicación de los panes. Esta es la experiencia
de nuestras comunidades: el compartir, el manejo transparente, el
esfuerzo mancomunado, la apertura a lo que el Señor nos pide, dar
desde nuestra pobreza, todo esto nos hace entrar en la abundancia de
la gracia de Dios. No es un éxito económico como los que nos
presenta nuestra sociedad. No es vivir en el lujo. No es vivir sin
sentir nuestros límites. No es tampoco ser presos de nuestros bienes. Es
vivir en otro tipo de abundancia donde no faltan los hermanos, la
vida familiar, los recursos para vivir, el sentido, la presencia de
Dios, ni tampoco las dificultades, ni las persecuciones. Esto es el
“cien por uno” que Jesús prometió a Pedro, y nos promete a
nosotros también. Una abundancia de relaciones auténticamente
humanas.
La economía tiene un lado que “cuenta
y escribe” y creo que lo podemos aprovechar. La biblia es severa
con los reyes que hacían censo para saber cuantas tropas tenían e
intentaban sentirse seguros con sus propios recursos. Así, su
confianza en Yavé se volvía tibia. Pero no se trata de esto.
Contar nos ayuda a darnos cuenta de la gracia de Dios, del trabajo de
los hermanos y hermanas, del tiempo que meten en sus compromisos, de
todos los recursos que usamos para ser discípulos de Jesús. Así
podemos ser más realistas y más eficaces. Sobre todo podemos dar
gracias a Dios descubriendo el milagro que está delante de nuestros
ojos, la formidable generosidad de su amor.
Tenemos que progresar como diócesis en
cuanto a manejo transparente, cuentas claras y abiertas. Tenemos
servidores y servidoras sacrificados y generosos, pero nos cuesta
registrar, escribir, documentar todo. Tenemos también un desafío
en generar nuestros propios recursos para darnos los medios de una
pastoral activa, competente y dinámica. Muchas cosas ahora estamos
llevando “a pulmones”, sin muchos recursos, dependiendo de
proyectos del exterior. Estoy muy optimista. Veo mucha
disponibilidad y mucha madurez sobre el tema. Hacer este ejercicio
(cuentas y generar recursos) en Iglesia, puede ser también una buena
formación para nuestras economías familiares y organizativas. Tomar conciencia de nuestra vida económica nos ayudará,
como dice el mismo Pedro, a ser “buenos administradores de la
gracia de Dios”, en todas sus formas, que recibimos abundantemente.
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