viernes, 27 de junio de 2014

Pedro misionero

Textos: 1Pe 1,3-9; Lucas 10,1-11

Nuestro continente y ahora nuestra Iglesia del mundo entero está en medio de una gran ola misionera. Desde Aparecida, América Latina ha visto con mucha claridad que no hay futuro de la Iglesia si no hay misión. Muchos movimientos misioneros están apareciendo en nuestra diócesis. Estamos descubriendo la energía nueva y la alegría que vienen de salir, así como Jesús lo mandó a sus discípulos.

En medio de este “Evangelio de la misión” que acabamos de leer, está la recomendación de ir a una casa y de quedarse allí. “No vayan casa por casa...” También se repite varias veces la otra recomendación de “comer lo que se les da”. ¿Qué significa esto? ¿Porqué esta insistencia? ¿Qué hay de tan importante en el quedar y comer en casa ajena?

La gracia de la misión es antes que nada la gracia de encontrar a nuevos hermanos y nuevas hermanas. Sí, está la dimensión de decir algo, de predicar, de anunciar una “buena noticia” pero ¿cómo anunciaremos si antes que nada no nos relacionamos, si no hay entre nosotros confianza y un principio de amistad? ¿Qué clase de mensaje es esto que solamente se grita por todos lados sin pensar en las personas y en los grupos a quienes se destina? Ni la publicidad comercial no hace esto. Se toma mucha pena para descubrir a su publico, para elegirlo, para hablar su lenguaje, para tocarlo en donde espera ser tocado.

Nosotros no somos una agencia de publicidad, ni de propaganda. No estamos reclutando para un club, ni para un partido. Nosotros anunciamos la buena noticia de Jesucristo que, según creemos, puede liberar, dar una vida nueva y abundante, salvar, sanar,... a quien la escucha. Nos interesa mucho si nuestro mensaje es coherente, si es comprensible, y si llega a destino. No podemos ahorrarnos el camino de conocer a nuestros oyentes. No como una estrategia fingida de comunicación sino porque la misión es realmente interesarse por el otro, quererlo, servirlo. Nuestro mensaje es llegar a la gente, amarla y servirla.

Entonces, así como dice el texto, hay que quedar en la casa que nos hospeda, para conocer a la gente, para compartir con ella, para aprender, para esperar el buen momento del anuncio. El evangelio nos invita a comer lo que se nos da, no a dar de comer nuestra propia comida. Esto es muy profundo. No podemos ser prepotentes, saber todo, repetir el mismo mensaje en todas las ocasiones, no hacerle caso a las personas. Algunas veces, delante de algunos misioneros, tengo esta impresión: les importa más sus trabajos, sus realizaciones y sus éxitos, que la gente. Llegan con todo su programa y todas sus herramientas pero no escuchan.

La historia que escuchamos el segundo día de nuestra novena (Pedro contemplando la visión de los animales en Jopé) se acaba con la asamblea, el concilio de Jerusalén. Es la historia de la apertura de la comunidad cristiana al mundo no-judío, con las enormes consecuencias religiosas y culturales que esto trajo. Más que la conversión de los paganos, fue la conversión de la Iglesia judeo-cristiana, la historia de su nueva apertura. Fue muy difícil pero fue una gran gracia que trajo una gran riqueza a la Iglesia. Pedro fue el líder de este profundo cambio en la Iglesia.

¿Qué riquezas la nueva misión trae a nuestra comunidad, a nuestra Iglesia diocesana? ¿Qué nuevas amistades, que nuevas maneras de vivir nuestra fe, qué nuevas aperturas estamos experimentando en la misión de hoy? ¿Qué nueva experiencia de Dios?

La pregunta para las comunidades de base es: ¿a quiénes el Señor nos manda para abrirnos y para compartir el Evangelio? Estamos invitados a salir de nuestro funcionamiento de siempre, de nuestra organización bien rodada, de nuestras certidumbres, para vivir la aventura del encuentro con la gente diferente, la gente que no se interesa mucho por nosotros, la gente que tiene otras luchas muy duras que está llevando contra la enfermedad, contra la pobreza, contra la exclusión, la gente que busca... ¿Cómo podemos llegar a las muchas comunidades indígenas que están en nuestro departamento, interesándonos por ellos, por su vida, por sus familias? ¿Cómo podemos llegar a ser invitados a compartir la comida de ellos, con ellos? Entre nuestros barrios de centros urbanos muchas veces también hay divisiones y muros sociales y psicológicos. Allá viven las familias más pudientes, allí están los cinturones de pobreza. Esos muros están a veces en nuestra propia Iglesia. Nadie quiere ir a los “chuchis”, nadie quiere compartir con los “pobres”. ¿Cómo podemos deshacer esos muros, llegar a las personas, a los grupos, a las familias, para que lleguemos a ser amigos? ¿Cómo podemos combatir nuestros propios prejuicios (todos tenemos algunos) y llegar a interesarnos realmente y gratuitamente por las personas? ¿Cómo podemos aprender a sentirnos en casa con ellos, a compartir sus alegrías y penas, y la comida de cada día?

Algunos preguntarán: entonces ¿qué del anuncio? En nuestro mundo de hoy donde hay tantos mensajes, tanta información, hace falta mensajes nuevos y mensajeros nuevos. Hay que reinventar la comunicación: tomarnos el tiempo de una relación, plantar algunas raíces en el mundo del otro, para saber qué decir y como decirlo. El anuncio no es repetir fórmulas, es comunicar una verdadera “buena noticia”. Parece sencillo pero esto es realmente ir a contracorriente de nuestra cultura de los medios masivos de comunicación.

Si emprendemos una nueva misión así, tendremos que rever algunas ideas sobre la misión. Tal vez no importa el número de convertidos, pero sí la calidad de nuestra presencia. Tal vez no importa tanto pureza de la doctrina, pero sí el fuego de nuestro amor. Tal vez una misión así nos llevará mucho tiempo para poco resultado, esto tampoco importa: el Señor nos manda a salir y a sembrar gratuitamente porque hemos recibido gratuitamente.

Esta es la misión que teje una nueva Iglesia y una nueva sociedad. Esta es la misión que lanzó Pedro cuando fue en casa ajena y compartió con los que su propia religión le enseñaba a rechazar. Esta es la misión que nuestra diócesis necesita. Recemos esta noche para que juntos respondamos con confianza al desafío que nos lanza nuestro patrono, San Pedro que nos acompaña con su intercesión y su ejemplo.

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