Textos: 1Pe 1,3-9;
Lucas 10,1-11
Nuestro continente y ahora nuestra
Iglesia del mundo entero está en medio de una gran ola misionera.
Desde Aparecida, América Latina ha visto con mucha claridad que no
hay futuro de la Iglesia si no hay misión. Muchos movimientos
misioneros están apareciendo en nuestra diócesis. Estamos
descubriendo la energía nueva y la alegría que vienen de salir, así
como Jesús lo mandó a sus discípulos.
En medio de este “Evangelio de la
misión” que acabamos de leer, está la recomendación de ir a una
casa y de quedarse allí. “No vayan casa por casa...” También
se repite varias veces la otra recomendación de “comer lo que se
les da”. ¿Qué significa esto? ¿Porqué esta insistencia? ¿Qué
hay de tan importante en el quedar y comer en casa ajena?
La gracia de la misión es antes que
nada la gracia de encontrar a nuevos hermanos y nuevas hermanas. Sí,
está la dimensión de decir algo, de predicar, de anunciar una
“buena noticia” pero ¿cómo anunciaremos si antes que nada no
nos relacionamos, si no hay entre nosotros confianza y un principio
de amistad? ¿Qué clase de mensaje es esto que solamente se grita
por todos lados sin pensar en las personas y en los grupos a quienes
se destina? Ni la publicidad comercial no hace esto. Se toma mucha
pena para descubrir a su publico, para elegirlo, para hablar su
lenguaje, para tocarlo en donde espera ser tocado.
Nosotros no somos una agencia de
publicidad, ni de propaganda. No estamos reclutando para un club, ni
para un partido. Nosotros anunciamos la buena noticia de Jesucristo
que, según creemos, puede liberar, dar una vida nueva y abundante,
salvar, sanar,... a quien la escucha. Nos interesa mucho si nuestro
mensaje es coherente, si es comprensible, y si llega a destino. No
podemos ahorrarnos el camino de conocer a nuestros oyentes. No como
una estrategia fingida de comunicación sino porque la misión es
realmente interesarse por el otro, quererlo, servirlo. Nuestro
mensaje es llegar a la gente, amarla y servirla.
Entonces, así como dice el texto, hay
que quedar en la casa que nos hospeda, para conocer a la gente, para
compartir con ella, para aprender, para esperar el buen momento del
anuncio. El evangelio nos invita a comer lo que se nos da, no a dar
de comer nuestra propia comida. Esto es muy profundo. No podemos
ser prepotentes, saber todo, repetir el mismo mensaje en todas las
ocasiones, no hacerle caso a las personas. Algunas veces, delante
de algunos misioneros, tengo esta impresión: les importa más sus
trabajos, sus realizaciones y sus éxitos, que la gente. Llegan con
todo su programa y todas sus herramientas pero no escuchan.
La historia que escuchamos el segundo
día de nuestra novena (Pedro contemplando la visión de los animales
en Jopé) se acaba con la asamblea, el concilio de Jerusalén. Es la
historia de la apertura de la comunidad cristiana al mundo no-judío,
con las enormes consecuencias religiosas y culturales que esto trajo.
Más que la conversión de los paganos, fue la conversión de la
Iglesia judeo-cristiana, la historia de su nueva apertura. Fue muy
difícil pero fue una gran gracia que trajo una gran riqueza a la
Iglesia. Pedro fue el líder de este profundo cambio en la Iglesia.
¿Qué riquezas la nueva misión trae a
nuestra comunidad, a nuestra Iglesia diocesana? ¿Qué nuevas
amistades, que nuevas maneras de vivir nuestra fe, qué nuevas
aperturas estamos experimentando en la misión de hoy? ¿Qué nueva
experiencia de Dios?
La pregunta para las comunidades de
base es: ¿a quiénes el Señor nos manda para abrirnos y para
compartir el Evangelio? Estamos invitados a salir de nuestro
funcionamiento de siempre, de nuestra organización bien rodada, de
nuestras certidumbres, para vivir la aventura del encuentro con la
gente diferente, la gente que no se interesa mucho por nosotros, la
gente que tiene otras luchas muy duras que está llevando contra la
enfermedad, contra la pobreza, contra la exclusión, la gente que
busca... ¿Cómo podemos llegar a las muchas comunidades indígenas
que están en nuestro departamento, interesándonos por ellos, por su
vida, por sus familias? ¿Cómo podemos llegar a ser invitados a
compartir la comida de ellos, con ellos? Entre nuestros barrios de
centros urbanos muchas veces también hay divisiones y muros sociales
y psicológicos. Allá viven las familias más pudientes, allí
están los cinturones de pobreza. Esos muros están a veces en
nuestra propia Iglesia. Nadie quiere ir a los “chuchis”, nadie
quiere compartir con los “pobres”. ¿Cómo podemos
deshacer esos muros, llegar a las personas, a los grupos, a las
familias, para que lleguemos a ser amigos? ¿Cómo podemos combatir
nuestros propios prejuicios (todos tenemos algunos) y llegar a
interesarnos realmente y gratuitamente por las personas? ¿Cómo
podemos aprender a sentirnos en casa con ellos, a compartir sus
alegrías y penas, y la comida de cada día?
Algunos preguntarán: entonces ¿qué
del anuncio? En nuestro mundo de hoy donde hay tantos mensajes,
tanta información, hace falta mensajes nuevos y mensajeros nuevos.
Hay que reinventar la comunicación: tomarnos el tiempo de una
relación, plantar algunas raíces en el mundo del otro, para saber
qué decir y como decirlo. El anuncio no es repetir fórmulas, es
comunicar una verdadera “buena noticia”. Parece sencillo pero
esto es realmente ir a contracorriente de nuestra cultura de los
medios masivos de comunicación.
Si emprendemos una nueva misión así,
tendremos que rever algunas ideas sobre la misión. Tal vez no
importa el número de convertidos, pero sí la calidad de nuestra
presencia. Tal vez no importa tanto pureza de la doctrina, pero sí
el fuego de nuestro amor. Tal vez una misión así nos llevará
mucho tiempo para poco resultado, esto tampoco importa: el Señor nos
manda a salir y a sembrar gratuitamente porque hemos recibido
gratuitamente.
Esta es la misión que teje una nueva
Iglesia y una nueva sociedad. Esta es la misión que lanzó Pedro
cuando fue en casa ajena y compartió con los que su propia religión
le enseñaba a rechazar. Esta es la misión que nuestra diócesis
necesita. Recemos esta noche para que juntos respondamos con
confianza al desafío que nos lanza nuestro patrono, San Pedro que
nos acompaña con su intercesión y su ejemplo.
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