Textos: 1Pe 2,4-10;
Salmo 113; Lucas 1,46-55
Recuerdo las radio novelas de Radio
Cáritas. Cada año, al acercarse la Navidad, solían tener una con
un recuento de la Natividad, la historia de la Sagrada Familia pero
en lo actual, en Paraguay. Podría muy bien ser María e Isabel que
se encuentran en una reunión de la Pastoral del Niño, preparándose
para dar a luz, reconociendo, las dos futuras madres, lo maravilloso
que llevan en su seno, y la acción de Dios en sus vidas y en la
historia. Esto es la Pastoral Social, una acción concreta para que
todos puedan cantar como María: Dios está haciendo maravillas, está
reuniendo a los pobres en una gran mesa alegre donde la comida es
rica y abundante, y está quitando sus atributos y títulos a todos
los que los usaban para dominar y explotar. Esto es el sueño de
Dios o, en lenguaje de la Biblia, el Reino Dios. Dios reina, no hay
más desigualdad escandalosa, no hay más gente desfigurada porque
pasa necesidad o sufre violencia, no hay más rico que no quiere
compartir. Dios reina y descubrimos todos nuestra hermandad
profunda. Dios reina y el poder ya no sirve para aprovecharse del
prójimo sino para servir y manifestar su grandeza. Dios reina y el
mundo es nuevo, diferente, justo, pero no como nuestra justicia
estrecha y egoísta, sino de la justicia abundante y gratuita de
Dios.
Parece un sueño. Pero cuando nos
comprometemos concretamente en algunas iniciativas, sea la Pastoral
del Niño, sea la visita a los enfermos, sea la visita a los presos
de la cárcel, sea en un comedor, sea en acercarnos a tal o tal grupo
de jóvenes en dificultad, sea en una organización de agricultores,
de mujeres, de vecinos, cuando lo hacemos, sentimos que se cumple,
que es real. Pregunten a la Asociación Vicentina de la Rosa
Mística. Pregunten a la gente del movimiento Cálice del Barrio San
Rafael. Pregunten a la gente de los comedores. Pregunten a tantos
grupos y personas que están haciendo la experiencia: la solidaridad
es el camino para fortalecer nuestra fe porque nos abre el corazón.
Si nos quedamos sentados y tranquilos, sin abrirnos a los pobres,
como dice el Papa Francisco, nuestra Iglesia se muere. La
solidaridad o, como se decía tal vez más en otra época, la
caridad, está en el centro de nuestra espiritualidad.
Pedro solidario así nos interpela y
nos invita. Él estuvo como pastor de una Iglesia donde la
solidaridad era el “sistema económico”. Las comunidades “ponían
todo en común” y “nadie pasaba necesidad”, gracias a esta
solidaridad. Inclusive, ya hace 2000 años, las Iglesias organizaban
colectas para ayudar a una que pasaba mal, como fue el caso en
Jerusalén donde hubo hambruna y persecuciones. Pablo trabajó mucho
por ello. O sea, ya había solidaridad intereclesial, internacional.
Y no era nada fácil porque eran gente de culturas, de clases y de
experiencias religiosas muy diferentes, grandes distancias, gente
pobre.
Una vez, en una reunión de formación
de un grupo muy parecido al grupo vicentino de aquí y a estos otros
grupos que mencioné, –ese grupo estaba comprometido con niños
trabajadores– una señora tuvo esta exclamación: “Estos niños
son como nuestros hijos e hijas. Debemos tratarles así como si
fueran nuestros propios hijos.” Esto es la solidaridad: esas
personas son como nuestros hermanos y hermanas, debemos tratarles
como si fueran de nuestra propia familia. Quiere decir que no hay
frontera para el amor concreto, no podemos quedar en nuestro circulo
familiar, en nuestro pueblo, en nuestra capilla. La solidaridad nos
empuja hacia los demás sea lo que sea su raza, su religión, su
clase social, su club, su partido, su orientación sexual,...
Tuvimos mucho lío recientemente sobre esta cuestión. Pero de
alguna manera, la verdadera caridad cristiana siempre tiene un lado
escandaloso, cruza las fronteras, sacude el pensamiento que erige
muros. Me acuerdo de una iniciativa de una comunidad de
profesionales cristianos que visitaba a prostitutas. Me acuerdo de
un amigo pa'i que organizaba encuentros para familiares de los presos
de su ciudad. Conozco gente que se acerca a los enfermos de SIDA.
Pienso en una obra dirigida por profesionales de la psicología y de
la educación que se mete en conflictos y guerras, en varios países
del mundo, para restaurar a las víctimas de traumas. Pienso en gente
de una gran obra a favor de las personas que sufren adicciones.
Pienso en varias iniciativas, comunidades, que hacen contacto
solidario con niñas y niños que los demás llaman “de la calle”.
Pienso en los vecinos que se unen para dar de comer o proveer
medicamentos para gente de su barrio.
La solidaridad nos hace ver grande y
lejos. Nos abre a la dimensión social y política de nuestra fe.
Nos hace mirar la realidad no solamente de las relaciones íntimas y
familiares pero también la convivencia ciudadana. Nos descubrimos
capaces de participar y aportar, con nuestros valores propios,
respetando la pluralidad. Nos hace cuestionar algunas verdades,
aparentemente unánimes, indiscutibles y “científicas”, de
nuestra sociedad. La solidaridad nos hace mirar como el “más
pequeño”, el enfermo, el preso, el hambriento, el exiliado.
La solidaridad nos apremia, como dice
San Pablo, “el amor de Dios nos apremia”,nos inquieta, ñande
jopy, ñane myangekói, ñande rerahase mombyry. Nos hace salir
de nuestro espacio tranquilo y confortable. Nos lleva a una aventura
donde no faltan los riesgos ni los problemas, pero donde no falta
tampoco la gracia de Dios. A esta renovación nos invita Aparecida.
A esta alegría del Evangelio nos invita el Papa Francisco.
Nuestra Pastoral Social está en
transición. Tuvimos una época con un proyecto muy visible y
personas que trabajaban permanentemente aquí en el obispado, en
cuestiones de tierra, de promoción de la mujer, de comunicaciones
sociales. Hoy en día, tenemos un proyecto diocesano de estudio de
la Doctrina Social de la Iglesia animado por el P. Christian Páiva.
Hay también iniciativas más locales. Seguimos teniendo la Pastoral
del Niño que necesita mucho refuerzo. Hay parroquias donde la
coordinación impulsa iniciativas como ferias, atención a la salud,
educación cívica, protección de la tierra y del medio ambiente.
Ahora mismo he visto representantes parroquiales que participan en
las células de emergencia para organizar la ayuda a los
damnificados. Hace falta ser más proyectos locales todavía, con una
perspectiva global: desde las comunidades y las zonas contemplar,
discernir, ver a dónde nos llama el Espíritu y lanzarnos. La
solidaridad es un don y una misión de todas y todos. Ruego esta
noche para que, a ejemplo de Pedro solidario, y a ejemplo de
proyectos que ya existen acá y en la diócesis, nazcan iniciativas
de solidaridad, crezcan, se fortalezcan, sean animadas por un
verdadero espíritu de fe, esperanza, y caridad.
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