martes, 24 de junio de 2014

Pedro solidario

Textos: 1Pe 2,4-10; Salmo 113; Lucas 1,46-55

Recuerdo las radio novelas de Radio Cáritas. Cada año, al acercarse la Navidad, solían tener una con un recuento de la Natividad, la historia de la Sagrada Familia pero en lo actual, en Paraguay. Podría muy bien ser María e Isabel que se encuentran en una reunión de la Pastoral del Niño, preparándose para dar a luz, reconociendo, las dos futuras madres, lo maravilloso que llevan en su seno, y la acción de Dios en sus vidas y en la historia. Esto es la Pastoral Social, una acción concreta para que todos puedan cantar como María: Dios está haciendo maravillas, está reuniendo a los pobres en una gran mesa alegre donde la comida es rica y abundante, y está quitando sus atributos y títulos a todos los que los usaban para dominar y explotar. Esto es el sueño de Dios o, en lenguaje de la Biblia, el Reino Dios. Dios reina, no hay más desigualdad escandalosa, no hay más gente desfigurada porque pasa necesidad o sufre violencia, no hay más rico que no quiere compartir. Dios reina y descubrimos todos nuestra hermandad profunda. Dios reina y el poder ya no sirve para aprovecharse del prójimo sino para servir y manifestar su grandeza. Dios reina y el mundo es nuevo, diferente, justo, pero no como nuestra justicia estrecha y egoísta, sino de la justicia abundante y gratuita de Dios.

Parece un sueño. Pero cuando nos comprometemos concretamente en algunas iniciativas, sea la Pastoral del Niño, sea la visita a los enfermos, sea la visita a los presos de la cárcel, sea en un comedor, sea en acercarnos a tal o tal grupo de jóvenes en dificultad, sea en una organización de agricultores, de mujeres, de vecinos, cuando lo hacemos, sentimos que se cumple, que es real. Pregunten a la Asociación Vicentina de la Rosa Mística. Pregunten a la gente del movimiento Cálice del Barrio San Rafael. Pregunten a la gente de los comedores. Pregunten a tantos grupos y personas que están haciendo la experiencia: la solidaridad es el camino para fortalecer nuestra fe porque nos abre el corazón. Si nos quedamos sentados y tranquilos, sin abrirnos a los pobres, como dice el Papa Francisco, nuestra Iglesia se muere. La solidaridad o, como se decía tal vez más en otra época, la caridad, está en el centro de nuestra espiritualidad.

Pedro solidario así nos interpela y nos invita. Él estuvo como pastor de una Iglesia donde la solidaridad era el “sistema económico”. Las comunidades “ponían todo en común” y “nadie pasaba necesidad”, gracias a esta solidaridad. Inclusive, ya hace 2000 años, las Iglesias organizaban colectas para ayudar a una que pasaba mal, como fue el caso en Jerusalén donde hubo hambruna y persecuciones. Pablo trabajó mucho por ello. O sea, ya había solidaridad intereclesial, internacional. Y no era nada fácil porque eran gente de culturas, de clases y de experiencias religiosas muy diferentes, grandes distancias, gente pobre.

Una vez, en una reunión de formación de un grupo muy parecido al grupo vicentino de aquí y a estos otros grupos que mencioné, –ese grupo estaba comprometido con niños trabajadores– una señora tuvo esta exclamación: “Estos niños son como nuestros hijos e hijas. Debemos tratarles así como si fueran nuestros propios hijos.” Esto es la solidaridad: esas personas son como nuestros hermanos y hermanas, debemos tratarles como si fueran de nuestra propia familia. Quiere decir que no hay frontera para el amor concreto, no podemos quedar en nuestro circulo familiar, en nuestro pueblo, en nuestra capilla. La solidaridad nos empuja hacia los demás sea lo que sea su raza, su religión, su clase social, su club, su partido, su orientación sexual,... Tuvimos mucho lío recientemente sobre esta cuestión. Pero de alguna manera, la verdadera caridad cristiana siempre tiene un lado escandaloso, cruza las fronteras, sacude el pensamiento que erige muros. Me acuerdo de una iniciativa de una comunidad de profesionales cristianos que visitaba a prostitutas. Me acuerdo de un amigo pa'i que organizaba encuentros para familiares de los presos de su ciudad. Conozco gente que se acerca a los enfermos de SIDA. Pienso en una obra dirigida por profesionales de la psicología y de la educación que se mete en conflictos y guerras, en varios países del mundo, para restaurar a las víctimas de traumas. Pienso en gente de una gran obra a favor de las personas que sufren adicciones. Pienso en varias iniciativas, comunidades, que hacen contacto solidario con niñas y niños que los demás llaman “de la calle”. Pienso en los vecinos que se unen para dar de comer o proveer medicamentos para gente de su barrio.

La solidaridad nos hace ver grande y lejos. Nos abre a la dimensión social y política de nuestra fe. Nos hace mirar la realidad no solamente de las relaciones íntimas y familiares pero también la convivencia ciudadana. Nos descubrimos capaces de participar y aportar, con nuestros valores propios, respetando la pluralidad. Nos hace cuestionar algunas verdades, aparentemente unánimes, indiscutibles y “científicas”, de nuestra sociedad. La solidaridad nos hace mirar como el “más pequeño”, el enfermo, el preso, el hambriento, el exiliado.

La solidaridad nos apremia, como dice San Pablo, “el amor de Dios nos apremia”,nos inquieta, ñande jopy, ñane myangekói, ñande rerahase mombyry. Nos hace salir de nuestro espacio tranquilo y confortable. Nos lleva a una aventura donde no faltan los riesgos ni los problemas, pero donde no falta tampoco la gracia de Dios. A esta renovación nos invita Aparecida. A esta alegría del Evangelio nos invita el Papa Francisco.

Nuestra Pastoral Social está en transición. Tuvimos una época con un proyecto muy visible y personas que trabajaban permanentemente aquí en el obispado, en cuestiones de tierra, de promoción de la mujer, de comunicaciones sociales. Hoy en día, tenemos un proyecto diocesano de estudio de la Doctrina Social de la Iglesia animado por el P. Christian Páiva. Hay también iniciativas más locales. Seguimos teniendo la Pastoral del Niño que necesita mucho refuerzo. Hay parroquias donde la coordinación impulsa iniciativas como ferias, atención a la salud, educación cívica, protección de la tierra y del medio ambiente. Ahora mismo he visto representantes parroquiales que participan en las células de emergencia para organizar la ayuda a los damnificados. Hace falta ser más proyectos locales todavía, con una perspectiva global: desde las comunidades y las zonas contemplar, discernir, ver a dónde nos llama el Espíritu y lanzarnos. La solidaridad es un don y una misión de todas y todos. Ruego esta noche para que, a ejemplo de Pedro solidario, y a ejemplo de proyectos que ya existen acá y en la diócesis, nazcan iniciativas de solidaridad, crezcan, se fortalezcan, sean animadas por un verdadero espíritu de fe, esperanza, y caridad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario