Textos: Lecturas del
día de la fiesta de SS. Pedro y Pablo
Hechos 12,1-11; Salmo
33,2-3.4-5.6-7.8-9; 2Tm 4,6-8.16-18; Mt 16,13-19
En Roma, descubrieron hace unos 50
años, descubrieron lo que sería la tumba de San Pedro, una fosa
común que habría estado al lado de un circo, probablemente donde
Pedro murió. Este lugar está debajo de la basílica de San Pedro.
Hubo excavaciones y hoy se puede entrar allí y visitar el antiguo
cementerio hasta una pequeña piedra donde se identificó un
graffiti, la tumba de Pedro. De ahí uno mira arriba: en linea
directa, se ve altar mayor de la basílica. Es emocionante: se
contempla toda la historia de la Iglesia romana.
Ayer me sentí así cuando presidió
Monseñor Páez, el obispo fundador de nuestra diócesis. Me sentí
en la misma linea, en comunión de servicio de la misma Iglesia.
Esto es la apostolicidad, el hecho de recibir la herencia de la fe,
de hacerla nuestra y de comprometernos a transmitirla.
Pedro proclama su fe con respuesta
solemne: “Tomando la palabra, Pedro respondió...” Y luego sin
hesitación: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” Pedro
usa las palabras de su tradición, de su cultura, de su religión
judía para decir quién es Jesús para él. Mesías, Hijo de Dios,
se usaba para hablar del Rey, el elegido por Dios para una misión
especial, hacer que el pueblo viva en la abundancia y la justicia.
Pedro saca lo mejor de su mundo y de su propio corazón, del
testimonio de Jesús que recibe y del amor que tiene por él, para
expresar su fe. Marca la pauta para él y para el grupo de los
discípulos. Lidera el camino de la transmisión de la fe
Así Pedro es Apóstol. Recibe de
Jesús el testimonio, la convivencia, la amistad, las enseñanzas,
las palabras de aliento, los reproches, las advertencia. Recibe lo
que sus ojos ven, lo que sus oídos escuchan,... y proclama su
confianza, su adhesión, su fe, su amor. Recibe lo que Dios le
revela en Jesús, y proclama la nueva vida inaugurada por aquel
encuentro. Para esto usa toda su inteligencia, toda su capacidad de
percibir, de discernir, de entender. Usa también las palabras de su
mundo y de su tiempo.
La Iglesia es apostólica. Y esto
significa la misma cosa: recibe la revelación de Dios en Jesucristo,
cuya buena noticia transmitieron los apóstoles, sus sucesores, y
todo el pueblo cristiano a través de los siglos y de las culturas.
Recibe el mensaje de los misioneros. Lo medita, lo vive, lo
reflexiona, lo rumia, lo experimenta, lo interioriza, lo comparte en
comunidad, lo estudia en la catequesis y la teología, lo profundiza
en la liturgia, los retiros, las charlas, el estudio, las lecturas.
Y lo proclama de palabra y acciones: también en la liturgia, en la
vida laboral, en la convivencia social, en los proyectos comunes, en
la familia, en la vida política, en la intimidad, en el espacio
público,... La Iglesia es apostólica porque recibe, medita y
proclama. Así como María recibe, gesta y da a luz.
La aposticidad nos interesa mucho.
¿Cómo se transmite la fe? Muchos dicen: ¿Por qué las nuevas
generaciones se alejan? ¿Por qué la Iglesia no entra en la
sociedad moderna? Muchos intentan de corregir la manera de hablar,
buscan lo que atrae, consideran todo este problema como una cuestión
de imagen. Pedro Apóstol nos muestra otro camino. La transmisión
de la fe depende de la calidad de nuestra escucha, de nuestra
interiorización y de nuestro testimonio, los tres momentos juntos.
Estamos en un mundo hiper-conectado, donde todo se hace en un
“click”, un mundo agitado y ansioso de novedades, debemos
cultivar una capacidad de permanecer serenos y arraigados, y al mismo
tiempo activos y creativos:
- En la escucha. La voz de Dios nos llega a través de la Iglesia, de los servidores de la Iglesia, de las Escrituras, de fórmulas que a muchos les parece ya “pasadas de moda”, incomprensibles, fuera de onda, irrelevantes. Como Iglesia apostólica, aprendemos a escuchar, a leer con paciencia, a recibir el baúl de la tradición, con mucho respeto, buscando el sentido de las cosas. No podemos manejarnos con un criterio superficial que nos hace juzgar ligeramente lo que recibimos. Y tampoco podemos quedar pasivos y no preguntar, buscar, el sentido actual de las fórmulas que recibimos hoy. Si se nos ha transmitido, si los apóstoles y sus sucesores, la tradición, la Iglesia, el pueblo creyente... nos transmite, entonce hay algo que escuchar.
- En el gestar y meditar. Aquí también necesitamos paciencia, el tiempo de hacer una experiencia profunda, no saltar a conclusiones precipitadas, no creer que entendemos todo inmediatamente, no considerar lo que recibimos como un contenido cualquiera, una noticia de la radio o un comentario de WhatsApp. Esto que recibimos lo meditamos y lo conectamos con lo que vivimos. La fe nos hace interesados en todo lo que es vida humana, sus luchas, sus búsquedas, sus esperanzas, sus cuestionamientos... La fe es para la vida y la vida en abundancia. En la oración, en la vida comunitaria, en la reflexión teológica, en el compromiso social, en todo interiorizamos la Palabra de Dios que se nos da en Jesucristo por medio de los Apóstoles.
- También hablamos, decimos, compartimos, proclamamos. Aquí paciencia sí, en la escucha de nuestra comunidad y de nuestro mundo, de lo que busca nuestra gente. Paciencia también en la proclamación, no desistir, no abandonar, repetir, insistir, buscar la forma. Pero también audacia: nos toca decidir de dar a nuestro mundo el testimonio que se merece. Nos toca inventar nuevas maneras de comunicar esto que recibimos. Nos toca dar sentido, y un sentido personal, actualizado en el mundo de hoy, a la tradición que recibimos. Nos toca vivir y hacer vivir la misma “revolución” que Jesús hizo vivir a su comunidad y a su sociedad.
Al final se trata de vivir nuestro
carisma sampedrano, de una manera auténtica: una vibrante vida
interior, el amor a nuestros hermanos y hermanas, la disponibilidad
radical a Dios. A Pedro mismo lo recibimos, es de nuestra historia,
de nuestra tradición. Recibimos también el hecho que nos fue dado
como santo patrono, para nuestra diócesis y nuestra parroquia
catedral. Hemos meditado algo de su testimonio, hemos rumiado sobre
su vida, su ejemplo, sus palabras y acciones. Hemos buscado el
sentido para nosotros hoy, en nuestra diócesis, con los desafíos
que tenemos. Hemos sentido una nueva inspiración al redescubrir el
evangelio a través de sus ojos. Este proceso hay que continuar.
Siguiendo los temas de nuestra novena, San Pedro nos invita a ser
atrevidos, abiertos, arraigados, discípulos entusiastas de Jesús,
apasionados de su proyecto, fieles en la amistad y la oración,
comprometidos en la comunidad, ágiles y generosos en nuestra
solidaridad, transparentes y creativos en nuestra administración,
animados en la misión. Hemos recibido el “carisma” de Pedro y lo
hemos acogido y meditado juntos. Ahora vayamos a vivir, trabajar,
amar, testimoniar, hacer Iglesia, con esta nueva inspiración, bajo
su intercesión y su protección.
Ser Sal de tierra y Luz del mundo!
ResponderEliminarSer Sal de la Tierra y Luz del Mundo!
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