domingo, 29 de junio de 2014

Pedro apóstol

Textos: Lecturas del día de la fiesta de SS. Pedro y Pablo
Hechos 12,1-11; Salmo 33,2-3.4-5.6-7.8-9; 2Tm 4,6-8.16-18; Mt 16,13-19

En Roma, descubrieron hace unos 50 años, descubrieron lo que sería la tumba de San Pedro, una fosa común que habría estado al lado de un circo, probablemente donde Pedro murió. Este lugar está debajo de la basílica de San Pedro. Hubo excavaciones y hoy se puede entrar allí y visitar el antiguo cementerio hasta una pequeña piedra donde se identificó un graffiti, la tumba de Pedro. De ahí uno mira arriba: en linea directa, se ve altar mayor de la basílica. Es emocionante: se contempla toda la historia de la Iglesia romana.

Ayer me sentí así cuando presidió Monseñor Páez, el obispo fundador de nuestra diócesis. Me sentí en la misma linea, en comunión de servicio de la misma Iglesia. Esto es la apostolicidad, el hecho de recibir la herencia de la fe, de hacerla nuestra y de comprometernos a transmitirla.

Pedro proclama su fe con respuesta solemne: “Tomando la palabra, Pedro respondió...” Y luego sin hesitación: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” Pedro usa las palabras de su tradición, de su cultura, de su religión judía para decir quién es Jesús para él. Mesías, Hijo de Dios, se usaba para hablar del Rey, el elegido por Dios para una misión especial, hacer que el pueblo viva en la abundancia y la justicia. Pedro saca lo mejor de su mundo y de su propio corazón, del testimonio de Jesús que recibe y del amor que tiene por él, para expresar su fe. Marca la pauta para él y para el grupo de los discípulos. Lidera el camino de la transmisión de la fe

Así Pedro es Apóstol. Recibe de Jesús el testimonio, la convivencia, la amistad, las enseñanzas, las palabras de aliento, los reproches, las advertencia. Recibe lo que sus ojos ven, lo que sus oídos escuchan,... y proclama su confianza, su adhesión, su fe, su amor. Recibe lo que Dios le revela en Jesús, y proclama la nueva vida inaugurada por aquel encuentro. Para esto usa toda su inteligencia, toda su capacidad de percibir, de discernir, de entender. Usa también las palabras de su mundo y de su tiempo.

La Iglesia es apostólica. Y esto significa la misma cosa: recibe la revelación de Dios en Jesucristo, cuya buena noticia transmitieron los apóstoles, sus sucesores, y todo el pueblo cristiano a través de los siglos y de las culturas. Recibe el mensaje de los misioneros. Lo medita, lo vive, lo reflexiona, lo rumia, lo experimenta, lo interioriza, lo comparte en comunidad, lo estudia en la catequesis y la teología, lo profundiza en la liturgia, los retiros, las charlas, el estudio, las lecturas. Y lo proclama de palabra y acciones: también en la liturgia, en la vida laboral, en la convivencia social, en los proyectos comunes, en la familia, en la vida política, en la intimidad, en el espacio público,... La Iglesia es apostólica porque recibe, medita y proclama. Así como María recibe, gesta y da a luz.

La aposticidad nos interesa mucho. ¿Cómo se transmite la fe? Muchos dicen: ¿Por qué las nuevas generaciones se alejan? ¿Por qué la Iglesia no entra en la sociedad moderna? Muchos intentan de corregir la manera de hablar, buscan lo que atrae, consideran todo este problema como una cuestión de imagen. Pedro Apóstol nos muestra otro camino. La transmisión de la fe depende de la calidad de nuestra escucha, de nuestra interiorización y de nuestro testimonio, los tres momentos juntos. Estamos en un mundo hiper-conectado, donde todo se hace en un “click”, un mundo agitado y ansioso de novedades, debemos cultivar una capacidad de permanecer serenos y arraigados, y al mismo tiempo activos y creativos:
  • En la escucha. La voz de Dios nos llega a través de la Iglesia, de los servidores de la Iglesia, de las Escrituras, de fórmulas que a muchos les parece ya “pasadas de moda”, incomprensibles, fuera de onda, irrelevantes. Como Iglesia apostólica, aprendemos a escuchar, a leer con paciencia, a recibir el baúl de la tradición, con mucho respeto, buscando el sentido de las cosas. No podemos manejarnos con un criterio superficial que nos hace juzgar ligeramente lo que recibimos. Y tampoco podemos quedar pasivos y no preguntar, buscar, el sentido actual de las fórmulas que recibimos hoy. Si se nos ha transmitido, si los apóstoles y sus sucesores, la tradición, la Iglesia, el pueblo creyente... nos transmite, entonce hay algo que escuchar.
  • En el gestar y meditar. Aquí también necesitamos paciencia, el tiempo de hacer una experiencia profunda, no saltar a conclusiones precipitadas, no creer que entendemos todo inmediatamente, no considerar lo que recibimos como un contenido cualquiera, una noticia de la radio o un comentario de WhatsApp. Esto que recibimos lo meditamos y lo conectamos con lo que vivimos. La fe nos hace interesados en todo lo que es vida humana, sus luchas, sus búsquedas, sus esperanzas, sus cuestionamientos... La fe es para la vida y la vida en abundancia. En la oración, en la vida comunitaria, en la reflexión teológica, en el compromiso social, en todo interiorizamos la Palabra de Dios que se nos da en Jesucristo por medio de los Apóstoles.
  • También hablamos, decimos, compartimos, proclamamos. Aquí paciencia sí, en la escucha de nuestra comunidad y de nuestro mundo, de lo que busca nuestra gente. Paciencia también en la proclamación, no desistir, no abandonar, repetir, insistir, buscar la forma. Pero también audacia: nos toca decidir de dar a nuestro mundo el testimonio que se merece. Nos toca inventar nuevas maneras de comunicar esto que recibimos. Nos toca dar sentido, y un sentido personal, actualizado en el mundo de hoy, a la tradición que recibimos. Nos toca vivir y hacer vivir la misma “revolución” que Jesús hizo vivir a su comunidad y a su sociedad.
Al final se trata de vivir nuestro carisma sampedrano, de una manera auténtica: una vibrante vida interior, el amor a nuestros hermanos y hermanas, la disponibilidad radical a Dios. A Pedro mismo lo recibimos, es de nuestra historia, de nuestra tradición. Recibimos también el hecho que nos fue dado como santo patrono, para nuestra diócesis y nuestra parroquia catedral. Hemos meditado algo de su testimonio, hemos rumiado sobre su vida, su ejemplo, sus palabras y acciones. Hemos buscado el sentido para nosotros hoy, en nuestra diócesis, con los desafíos que tenemos. Hemos sentido una nueva inspiración al redescubrir el evangelio a través de sus ojos. Este proceso hay que continuar. Siguiendo los temas de nuestra novena, San Pedro nos invita a ser atrevidos, abiertos, arraigados, discípulos entusiastas de Jesús, apasionados de su proyecto, fieles en la amistad y la oración, comprometidos en la comunidad, ágiles y generosos en nuestra solidaridad, transparentes y creativos en nuestra administración, animados en la misión. Hemos recibido el “carisma” de Pedro y lo hemos acogido y meditado juntos. Ahora vayamos a vivir, trabajar, amar, testimoniar, hacer Iglesia, con esta nueva inspiración, bajo su intercesión y su protección.

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